La Vanguardia

Periferia del presente

- Francesc-Marc Álvaro

Cuando veía películas, de niño, me sorprendía que la vida transcurri­era con normalidad en medio de circunstan­cias colectivas excepciona­les como pueden ser catástrofe­s naturales, accidentes de gran envergadur­a, cambios de gobierno, revolucion­es, crisis económicas, guerras, magnicidio­s, etcétera. Más adelante, como joven, me interesó escuchar historias relatadas por los ancianos que habían vivido la República, la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial; de ellos aprendí que el mundo se puede hundir o elevar mientras tú te ocupas de los pañales de tu hijo, de acabar un trabajo contra reloj o de ponerte de acuerdo con el vecino para repintar la fachada. Como adulto, ahora puedo confirmar que todo pasa mientras pasa todo, siempre y sin pausas. La velocidad de los acontecimi­entos no elimina el resto de la existencia, ni difumina las pequeñas preocupaci­ones de cada día.

La Guardia Civil registra la imprenta de un amigo de juventud el mismo día que anoto que debo acompañar a mi padre al médico, porque tiene vértigo y quizás la medicación para el corazón lo descompens­a. Un colega me cuenta que hay rumores sobre posibles medidas del Gobierno contra más medios una hora después de que haya dejado el coche en el taller, porque el motor hace un ruido rarísimo. Me explican que un empresario comprometi­do con el proceso ha perdido clientes importante­s como por arte de magia, y mientras reflexiono sobre esta manera de reventar la vida del adversario me llama mi mujer para recordarme que compre el vino para la cena de mañana con unos amigos. El fuera y el dentro. Vivimos mientras vivimos. Varios de mis alumnos se manifiesta­n en la calle mientras coincido en un

Nos preocupa qué pasará el 1 de octubre y nos ocupa saber si nuestros hijos han iniciado el curso con ganas

céntrico restaurant­e con un grupo que celebra un almuerzo de tesis doctoral, una mesa donde hay algunos conciudada­nos que piensan –así lo han escrito– que todo el mundo que lleva una estelada ha sufrido un lavado de cerebro. Tantas mesas, tantas opiniones.

Hago una lista. He de llamar al carpintero, todavía no me ha pasado el presupuest­o de la puerta. Mi sobrino cumple años. Debo hacerme una analítica antes de la operación de catarata. Ordenar el garaje, hay cajas con libros que necesito... Los trámites incesantes, la logística prosaica, el ir tirando, todo en la periferia de la historia, pero sin lo cual no se entiende nada. Periferia cotidiana de los acontecimi­entos que dialoga con el espectácul­o del presente. Vamos de un lado a otro, del centro de la pista a los márgenes, y viceversa. Nos preocupa qué pasará el día 1 de octubre y nos ocupa saber si nuestros hijos han empezado el curso con ganas. Periferia del presente.

¿Qué hacía mi madre cuando los aviones lanzaban bombas sobre la ciudad? Vivía, claro. Sobrevivía. Amaba. Soñaba. Comía chocolate de algarroba y peinaba muñecas. Bajo el plástico de la actualidad, fluye siempre todo.

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