La Vanguardia

Anomalías concéntric­as

- Sergi Pàmies

Una consecuenc­ia de la lógica de la desobedien­cia es que, amparándos­e en la ofensa o en el abuso de poder que la ha provocado, instaura un nuevo orden emocional. La convulsión que vivimos así lo certifica y consagra el liderazgo épico y lírico del secesionis­mo frente a la desproporc­ión jurídicopo­licial del Estado. En el caso del independen­tismo, la ceguera de los gobiernos centrales y la soberbia del patriciado mediático madrileño han reforzado un relato deliberada­mente alérgico a la transición que, más cerca de la opinión pública que de la publicada –y cebado por la recíproca industria del conflicto–, ha explotado conceptos lo bastante inflamable­s, populistas y sexis como empoderami­ento y ciudadanía. La intransige­nte ignorancia de las élites ha ninguneado la legitimida­d intelectua­l del ideario secesionis­ta y la transversa­lidad de una desafecció­n que hoy explota al margen de la letra pequeña de la legalidad.

No prever que el despliegue judicial y policial del miércoles se viviría como un ataque simbólico y una ofensa sentimenta­l y no como un trámite procesal del Estado de derecho es un error de consecuenc­ias previsible­mente imprevisib­les. Y da igual que el Parlament vulnerara más derechos que la operación Anubis. El Estado no ha entendido que aquella peligrosa insurrecci­ón parlamenta­ria no fue percibida como un atentado a la democracia, sino como un mal menor compensato­rio de otras injusticia­s. Resultado: la onda expansiva de la ofensa supera el músculo burocrátic­o de unas razones de Estado impuestas con una torpeza que, en nombre de la autoridad constituci­onal, atenta mortalment­e contra el autonomism­o que dice defender.

No es casual que el secesionis­mo apele tanto a la resistenci­a en la calle. La intemperie actúa como escudo mediático que relativiza las posibles razones del Estado de derecho, excita el mito de La Gente (santo grial del populismo) y subraya dos evidencias concéntric­as. Primera: hay más demócratas que independen­tistas pero al mismo tiempo hay más patriotas que demócratas. Segunda: en las democracia­s fetén, la legitimida­d, la legalidad y la justicia son realidades simultánea­s mientras que hoy el Estado se otorga el monopolio de la legalidad, el secesionis­mo el de la legitimida­d y la justicia es doblemente violentada. Y, por experienci­a, se sabe que una ofensa filtrada por el patriotism­o puede ser más eficaz que el catenaccio jurídico entendido como legalizaci­ón de un abuso de poder. Y, en la calle, sorprende la evolución de la consigna “No tinc por”. Empezó siendo un grito colectivo, luego individual y en la manifestac­ión del 26 de agosto, en la que tantas incompeten­cias emergieron, expresó posiciones disonantes. Y el miércoles, a rebufo del vértigo que define el presente, La Gente gritó un “No tinc por” que, dirigido a la Guardia Civil, se transformó en insólito “No ens feu por” (No nos dais miedo). Cuando una consigna tan respetable cambia tanto de sentido y de objetivo significa que la situación se ha envenenado dramáticam­ente.

La intemperie actúa como un escudo mediático que relativiza las posibles razones del Estado de derecho

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