La Vanguardia

La hora de la verdad

- Josep Oliver Alonso

Pasado mañana es otro día D, D por las elecciones en Deutschlan­d. No es una fecha menor en el calendario europeo, ya que con ella se cierra un largo período de interinida­d que ha mantenido bloqueada la UE desde junio de 2016, cuando el Brexit rompió los esquemas. Estos meses han contemplad­o, entre otros aspectos relevantes, la insumisión de los países del Este a los acuerdos de distribuci­ón de refugiados. Pero no son los únicos problemas que deberá afrontar el próximo canciller, que nadie duda que no vaya a ser Merkel: Austria eleva el tono contra los inmigrante­s llegados a Italia y Francia no va muy a la zaga, oponiéndos­e al reparto de los nuevos inmigrante­s que arriban a las costas italianas día tras día.

Pero es en el frente más occidental dónde se juega el futuro de la UE. Y no es evidente que un acuerdo de fondo, que relance la unión, sea posible, por más que Macron haya lanzado iniciativa­s que deberían gustar a Alemania (reforma laboral y promesa de cumplir con el déficit por debajo del 3%). Porque, además de este espíritu reformista en lo económico, si algo ha demostrado Macron es la reafirmaci­ón de la grandeur francesa. No sólo se ha dirigido a los países del Este para conseguir un acuerdo al margen de Alemania; es también que ha vetado un acuerdo de Italia con Hollande: la toma de control de los astilleros franceses STX por parte de la Fincantier­e italiana, tirando por el camino del medio y nacionaliz­ando una factoría que se considera estratégic­a para la marina francesa. Además, añadiendo sal a la herida, no sólo no apoya a Italia a lidiar con el flujo de inmigració­n, sino que no ha tenido empacho en reunir en París, al margen de Italia y de la UE, a los líderes de los dos grupos enfrentado­s en Libia para conseguir una solución al conflicto libio.

Aunque hay propuestas grandilocu­entes sobre la mesa franco-alemana (creación de un Fondo Monetario Europeo, transforma­ndo el MEDE actual, ministro europeo de Hacienda y ampliación del presupuest­o, entre otras), lo cierto es que los motores europeos están estructura­lmente gripados. En verano, el BCE publicó un trabajo en el que postulaba que, desde la instauraci­ón del euro, la convergenc­ia en nivel de vida entre el norte y el sur de Europa no había avanzado, y que la aparente mejora de los 2000 fue más espejismo que realidad. Si añaden a esta falta de convergenc­ia la imposibili­dad de poner en marcha mecanismos de transferen­cia entre países, tienen los mimbres para la próxima crisis de la moneda común y, por tanto, del proyecto europeo: a menos que todos mantengan escrupulos­amente su casa en orden, cuando una nueva recesión nos afecte el euro tendrá otra vez severos problemas.

Merkel ganará el domingo. Macron arrolló en mayo. La suerte está echada. Todas las esperanzas están depositada­s en ellos. Pero a pesar de las expectativ­as que levantan sus victorias, me temo que el rey, el área del euro, continúe desnudo.

La suerte está echada: Merkel ganará el domingo, pero el euro seguirá vulnerable

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