La hora de la verdad
Pasado mañana es otro día D, D por las elecciones en Deutschland. No es una fecha menor en el calendario europeo, ya que con ella se cierra un largo período de interinidad que ha mantenido bloqueada la UE desde junio de 2016, cuando el Brexit rompió los esquemas. Estos meses han contemplado, entre otros aspectos relevantes, la insumisión de los países del Este a los acuerdos de distribución de refugiados. Pero no son los únicos problemas que deberá afrontar el próximo canciller, que nadie duda que no vaya a ser Merkel: Austria eleva el tono contra los inmigrantes llegados a Italia y Francia no va muy a la zaga, oponiéndose al reparto de los nuevos inmigrantes que arriban a las costas italianas día tras día.
Pero es en el frente más occidental dónde se juega el futuro de la UE. Y no es evidente que un acuerdo de fondo, que relance la unión, sea posible, por más que Macron haya lanzado iniciativas que deberían gustar a Alemania (reforma laboral y promesa de cumplir con el déficit por debajo del 3%). Porque, además de este espíritu reformista en lo económico, si algo ha demostrado Macron es la reafirmación de la grandeur francesa. No sólo se ha dirigido a los países del Este para conseguir un acuerdo al margen de Alemania; es también que ha vetado un acuerdo de Italia con Hollande: la toma de control de los astilleros franceses STX por parte de la Fincantiere italiana, tirando por el camino del medio y nacionalizando una factoría que se considera estratégica para la marina francesa. Además, añadiendo sal a la herida, no sólo no apoya a Italia a lidiar con el flujo de inmigración, sino que no ha tenido empacho en reunir en París, al margen de Italia y de la UE, a los líderes de los dos grupos enfrentados en Libia para conseguir una solución al conflicto libio.
Aunque hay propuestas grandilocuentes sobre la mesa franco-alemana (creación de un Fondo Monetario Europeo, transformando el MEDE actual, ministro europeo de Hacienda y ampliación del presupuesto, entre otras), lo cierto es que los motores europeos están estructuralmente gripados. En verano, el BCE publicó un trabajo en el que postulaba que, desde la instauración del euro, la convergencia en nivel de vida entre el norte y el sur de Europa no había avanzado, y que la aparente mejora de los 2000 fue más espejismo que realidad. Si añaden a esta falta de convergencia la imposibilidad de poner en marcha mecanismos de transferencia entre países, tienen los mimbres para la próxima crisis de la moneda común y, por tanto, del proyecto europeo: a menos que todos mantengan escrupulosamente su casa en orden, cuando una nueva recesión nos afecte el euro tendrá otra vez severos problemas.
Merkel ganará el domingo. Macron arrolló en mayo. La suerte está echada. Todas las esperanzas están depositadas en ellos. Pero a pesar de las expectativas que levantan sus victorias, me temo que el rey, el área del euro, continúe desnudo.
La suerte está echada: Merkel ganará el domingo, pero el euro seguirá vulnerable