La Vanguardia

La lección de Chandler

- DIRECTOR Màrius Carol

ESTOY leyendo la biografía de Raymond Chandler, escrita por Frank MacShane hace cuarenta años y reeditada recienteme­nte (Alrevés). El renovador de la novela negra, el padre de Philip Marlowe, el tipo capaz de discutirle guiones a Hitchcock, es el autor de siete novelas únicas, donde supo revelar el lado oscuro de la opulenta sociedad california­na. Pero su vida no resulta menos novelesca: llegó a la literatura después de ser despedido de su empleo como ejecutivo de una compañía petrolífer­a por su afición a la bebida. Y vivió aislado con su esposa, Cissy, veinte años mayor que él. Una de las imágenes desconcert­antes es cuando su biógrafo explica el día que intentó suicidarse, tras la muerte de su fiel compañera. Chandler había bebido y llamó a un amigo para comunicarl­e sus intencione­s. Una colega que había ido a verle oyó la conversaci­ón. Le pidió que se pusiera la bata y fuera a ver la televisión mientras le preparaba un café. pero Chandler se metió en la bañera con un revólver del 38 y disparó. Pero no en la cabeza como era su intención, sino al techo. Cuando acudió la policía, dijo que nunca había usado un arma y que el gatillo iba tan suave que lo apretó sin proponérse­lo y que estuvo a punto de morir porque la bala había rebotado en las baldosas y pasó rozando su cuerpo. Entonces se desmayó. Chandler se recuperó y tuvo tiempo de terminar su libro más ambicioso, El largo adiós, y reconverti­r en novela su guión para Playback. E incluso cortejó a una mujer mucho más joven e hizo planes para volver a Londres.

La lección de este episodio de la biografía de Chandler es que a menudo hay que pensar las cosas dos veces, que en la vida es un error precipitar­se y que es mejor un acto fallido que una tragedia. Nada que no pudiéramos recomendar en esta hora de la historia, cuando parece que estamos condenados al desastre.

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