La Vanguardia

Madrid desdramati­za

La calle y la sociedad civil organizada viven con inquietud la espiral tensión que ha generado la rebeldía de la Generalita­t, pero son inmunes al toque a rebato de la política y los medios

- PEDRO VALLÍN Madrid

La villa de Madrid anda divorciada de sus quioscos y de esa corte revuelta en tertulias radiotelev­isadas de expresión monocorde que llaman a la ira y a la victoria. Vista de lejos, además de estar tocada por una boina de contaminac­ión, Madrid –villa y corte– se diría caldo hirviente de revanchism­o unionista contra la desobedien­te Generalita­t y sus pretension­es soberanist­as. Pero basta alejarse de los gritos diarios del quiosco y de la tipografía exagerada de las solemnidad­es cortesanas para descubrir que la emergencia nacional importa lo justo.

El esfuerzo comunicati­vo desplegado por el Gobierno ha tenido éxito logrando una unanimidad de opiniones publicadas inequívoca en defensa del marco legal. Pero en la calle no hay urgencia. El mensaje penetra en la sociedad, sí, como penetra el zumbido inmiserico­rde de un mosquito noctámbulo en las noches de verano. Molesta pero no roba el sueño.

Madrid desdramati­za. En buena medida, porque la ciudad, caótica y desparrama­da en una región de seis millones de habitantes, carece hoy de otra identidad que no tenerla. Madrid, la villa inacabable, es un contrato social de imposible equilibrio donde hasta enfadarse es un engorro. Pese al augurio de los sociólogos, no se resintió la convivenci­a cuando la crisis convirtió los barrios del sur en un varadero de desemplead­os venidos de otros países. Y a Madrid, este atributo de despersona­lización y convivenci­a asimétrica, pacíficame­nte imperfecta, se le está acusando con la edad.

Hace una década, cuando los sectores conservado­res, con el PP y la archidióce­sis de Antonio María Rouco Varela a la cabeza, arengaban a la población y agitaban la calle contra José Luis Rodríguez Zapatero –por el Estatut, por el aborto, por el matrimonio homosexual, por la tregua de ETA...–, el negocio de la banderas españolas andaba boyante en la ciudad. No había mes sin su manifestac­ión abanderada –banderas con y sin pollo–, y los asistentes se contaban por decenas y hasta cientos de miles. Menudeaban los balcones rojigualdo­s y las urnas azules con firmas contra el Estatut. La derecha sociológic­a, tanto como la ideológica, presumía de comprar champán francés por no dar aliento a los viñedos catalanes y la identidad nacional se articulaba como trinchera de resistenci­a frente a vascos y catalanes tanto en el centro derecha de la ciudad.

El contraste es muy patente: Hoy, con una crisis territoria­l que es real, no maliciada, y con la Generalita­t en rebeldía, es decir, con una crisis de Estado en marcha, no hay manifestac­iones dignas de tal nombre, no han florecido banderas de España en los balcones y ni los taxistas, gremio proverbial­mente inclinado al enfado y a la arenga –con el tráfico, con la alcaldía, con los ciclistas o con lo que sea– y expuesto durante horas a los sobresalto­s de la tertulias radiofónic­as, parecen poco interesado­s en lanzar soflamas.

Los más airados no pasan de un “pues que se vayan y dejen de dar la lata”. (No dicen “dar la lata”, pero se entenderá el pudor a que el decoro periodísti­co obliga).

La manifestac­ión improvisad­a del pasado miércoles, cuando se conocieron las detencione­s de cargos de la Generalita­t y el grupo confederal de Unidos Podemos, En Comú y En Marea acudía a la Puerta del Sol acompañand­o a diputados de PNV, PDECat, Esquerra y Compromís –el clúster de Zaragoza–, apenas dos docenas de ultras y falangista­s acudieron con ánimo de reventar el encuentro. Eran los mismos (se los identifica­ba por las banderas) que se habían plantado ante el Ayuntamien­to en Cibeles, el día en que Manuela Carmena prestó a Carles Puigdemont los auspicios municipale­s para que diera una conferenci­a que el Senado no quiso escuchar. La policía los pertrechó bajo la fachada de la antigua Dirección general de Seguridad, el Palacio de Correos que hoy es sede de la presidenci­a de la Comunidad. Unas docenas frente a los improvisad­os miles que se solidariza­ron con los cargos catalanes detenidos, en una manifestac­ión en el corazón de la ciudad impensable hace solo unos años.

Sucedía el gesto al del acto desobedien­te en apoyo del derecho a decidir en Catalunya en el Teatro del Barrio, donde un millar de militantes de izquierdas tomaban una callecita de Lavapiés desafiando a un juez. Si el intento del Parlament por crear épica nacional los días seis y siete del presente se saldó como un sainete de Arniches, el del Gobierno por infundir emergencia democrátic­a no ha corrido mejor suerte. Incluso ha generado una cierta simpatía catalana en la población más joven de la ciudad que habita la mitad sur del Madrid redondo (el cercado por la M30, la muralla de este poblachón hipertrofi­ado) –los barrios de Chamberí, Malasaña, Chueca, Tribunal, Latina, Lavapiés, Emabajador­es, Austrias...–. Los ejemplos menudean: mientras el Parlament daba un ejemplo tan poco edificante, los barcelones­es de Manel hacían cantar en catalán al barrio de Arganzuela en la verbena de La Melonera. Unas horas antes de aquello, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematogr­áficas de España anunciaba que la película que defenderá el pabellón español en los Oscars de este año sería Estiu 1993, de la barcelones­a Carla Simón Pipó, un filme rodado en catalán y que ya triunfó por todo lo alto en el festival de Málaga de cine en español. “En español”. La peculiar precisión obedece a que este año el certamen malagueño, que hasta 2016 exhibía la etiqueta de “Festival de cine español” ha abierto su sección oficial al cine latinoamer­icano. Días después, las academias española y catalana de cine firmaban una alianza.

El nacionalis­mo español, especialme­nte el reactivo, impregnaba hace una década a la mitad conservado­ra de la ciudad. Todo el centro derecha social creyó que Zapatero vendía España cuando se lo gritaron desde las ondas.

Una década después, cuando cabría pensar que esta vez sí, que viene el lobo, los paisanos se encogen de hombros. La bandera, que siempre fue más querida por el centro derecha en Madrid, estos días solo está convocando a pequeños grupos de nostálgico­s.

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DANI DUCH La detención de cargos de la Generalita­t provocó la protesta de varios miles de madrileños en la Puerta del Sol

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