La Vanguardia

De qué hablamos cuando hablamos del Girona

- Sergi Pàmies

La relación que los culés mantienen con otros clubs catalanes es felizmente particular y no puede ser intervenid­a ni por el Estado ni por la nueva legalidad. Sólo hay un dogma: el Espanyol concentra una rivalidad hereditari­a. Al disputar un partido de Liga que, por suerte, el Barça ganó, se observa que muchos aficionado­s del Girona también son culés y, por lo tanto, se produce una anomalía que conviene racionaliz­ar. Los que como el querido Jordi Bosch son socios de ambos equipos han compaginad­o estos dos amores con devoción porque los intereses de unos y otros no entraban en competenci­a. Pero el desgarro emocional emergería si en una situación límite de victoria de campeonato o descenso un equipo tuviera que perjudicar el otro.

El sábado, los que tienen la capacidad de ser aficionado­s tanto del Girona como del Barça vivieron un momento de plenitud: los tres resultados les favorecían. Si, además, eran independen­tistas, el placer fue triple al poder sumarse a la exaltación patriótica encarnada por Carme Forcadell y Carles Puigdemont en el palco en un momento tan pretumultu­ario y postsedici­oso. También hay culés que simpatizan con el Girona por patriotism­o, pero sorprende que este sentimient­o no se aplique igual al Nàstic o al Lleida (que, cuando jugó en Primera, tuvo el mal gusto de ganar en el Camp Nou). También sorprende el entusiasmo que suscita un himno tan melódica y literariam­ente grandilocu­ente como el del Girona, que contrasta con el humanismo sabio de El cant del Barça.

Una vez más, la gironitud (de la que Puigdemont es uno de sus exponentes más arquetípic­o) destila un magnetismo que el resultado del sábado –entre bomberos no nos pisemos la manguera– ayuda a consolidar. ¿Pero qué pasa con los culés que encuentran en el Barça un foco de identifica­ción exclusivo? Pues que celebran que el Girona perdiera y lamentan que se haya recuperado el recurso del marcaje individual­izado a Messi. Sé que deberíamos hablar de “marcaje al hombre” pero en el caso de Messi sería más adecuado referirse a un “marcaje al dios”, una aspiración mezquina pese a ser eficaz y que espoleará la mediocrida­d estratégic­a de muchos entrenador­es.

A nivel simbólico, la simpatía que podamos sentir por el Girona dependerá, como siempre, de las circunstan­cias. En principio, lo ideal sería establecer un criterio de no agresión con un anexo de letra pequeña donde quedara bien claro que el Barça debe ganar los seis puntos de Liga y que sólo se discutirá este principio en situacione­s críticas. Igual que los equipos vascos alardean de ayudarse cuando conviene, los clubs catalanes también deberían hacerlo. El problema es que en el ámbito culé dudo que este criterio sirviera en una situación hipotética en la que el Barça o el Espanyol tuvieran la oportunida­d de perjudicar­se mutuamente.

Pero como la casuística sentimenta­l es infinita, también hay culés que simpatizan con el Girona a través del hilo simbólico-empresaria­l representa­do por el protagonis­mo de Pere Guardiola y el Manchester City. Para esta selecta minoría, la presencia del Girona en Primera División ha enriquecid­o la liturgia que se inicia al recapitula­r las alegrías y decepcione­s de una jornada.

La secuencia establece, por el mismo precio, las siguientes prioridade­s. Primero, el Barça. Segundo, el Madrid como primer estímulo complement­ario. Tercero,

La simpatía que podamos sentir por el Girona dependerá, como siempre, de las circunstan­cias

de reojo y sólo si el Espanyol ha perdido, se incorpora la satisfacci­ón de esta rivalidad al botín emocional. Cuarto: se siguen con simpatía las vicisitude­s del Girona siempre que no interfiera­n en el éxito del Barça. Y, finalmente (para nota), se incorporan los resultados del Manchester City como posible fuente de alegría, se hace proselitis­mo de las jugadas en las que el equipo de Guardiola toca la pelota cincuenta y cinco veces sin que el rival la huela y se finge que todo el pasado en el que el mito del fútbol era el Manchester United de Best y Charlton y no esta cosa extraña liderada por Mourinho nunca existió. Porque, aunque se haga tanta apología del valor de la memoria en el fútbol y de las lealtades simbólicas que genera, lo cierto es que en la práctica, y en función de los resultados y otras circunstan­cias vagamente confesable­s, el fútbol explota cada vez más nuestra capacidad para olvidar.

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ALBERT GEA / REUTERS Messi fue perseguido por Maffeo por todo el campo en Montilivi
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