La Vanguardia

El odio

- Carlos Zanón

El problema de dejar salir al odio es que siempre te vuelve a casa demasiado tarde. Con las manos sucias y los ojos turbios. Con los bolsillos llenos de facturas que pagan siempre otros: una paliza, unos cristales rotos, una matanza. El odio alivia. El odio te libera de normas y costumbres, de construcci­ones intelectua­les y morales. El odio se deja de componenda­s y acuerdos sociales y va al meollo de la cuestión: yo te odio y necesito destruirte para aliviar mi dolor. Y es que el odio es sincero. Y al igual que toda mala poesía es sincera (Wilde), todo odio tiene maldad si es sincero. Un odio mentiroso esconde el malestar ante la imposibili­dad de que te quieran. Puede ser odio o no. No lo sé. Pero de todos modos, ese no es el odio al que temo. El que temo quema libros o escribe renegado a su autor al devolver el libro a la biblioteca de su pueblo.

El odio puede alojarse en barcos de la Warner y en niños con banderas y en jueces que no dejan que les quiten las esposas a unos detenidos inofensivo­s. También está el odio en quitar de un golpe un micrófono a un reportero y en mentir desde ese micrófono. Es tendente el odio a pasar de padres a hijos como a odiar por delegación de otro. El odio no te sirve para mantener la clientela de una tienda ni para hacer jugar un equipo de fútbol. El odio te sirve para echar a alguien de un bar, de un hemiciclo, de una sociedad. El odio es lo que te permite conducir una furgoneta y, sin dudar, atropellar gente a la que odias por lo que son, por cómo viven, por cómo te hacen sentir. El odio hace que humilles, vejes, golpees y asesines. El odio hace que señales para que otros odien y humillen, vejen, golpeen y asesinen.

El odio hizo quemar discos de Elvis y Beatles. Mató a reyes, obreros y abogados. El odio prohíbe lenguas y silba himnos. El odio abuchea a Piqué. El odio es pronunciar catalán o Madrid con ganas de destruir la palabra. El odio es no admitir la disidencia ni a cantantes sino cantan tu canción. El odio lo quema todo hasta que crees que no queda nada de lo que te hiere. El odio es un miembro amputado que aún sientes. El odio no negocia ni hace prisionero­s. El odio envía soldados que no odian a veces pero les dicen que les odian para que odien. El odio hizo que se quemaran brujas solo por ser mujeres y distintas.

El odio es excitante, adictivo, pero no se puede construir nada hasta que lo ha consumido todo y entonces no es el odio quien construye sino el perdón, el olvido o la hipocresía. Eso tampoco lo sé con seguridad. El odio odia los acentos y los matices. Los análisis, las matemática­s, los consejos, las advertenci­as, la filosofía, la historia y las aproximaci­ones a la verdad. El odio no escucha porque no admite fisuras.

El odio se nutre de la ficción, de los relatos, de las mitologías, de las mentiras que le reafirmen en las raíces de su odio. Cuando el odio, borracho, vuelve por fin a casa, temes preguntarl­e qué ha hecho. El odio siempre es de cobardes.

Cuando el odio, borracho, vuelve por fin a casa, temes preguntarl­e qué ha hecho

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