El empresario poeta
JORDI GABARRÓ (1944-2017)
El pasado 25 de septiembre nos dejó Jordi Gabarró Serra, después de una larga enfermedad pero de un desenlace inesperado: hacía tan sólo quince días habíamos tenido una larga conversación –la última– para hablar de la edición de su Poesia completa y nos habíamos emplazado quincenalmente para ir revisando todas sus recopilaciones. Su receptividad me engañó y por eso la noticia de la muerte me ha dejado tan aturdido y desamparado. Se ha ido uno de mis mejores amigos, y es que desde que en enero de 1994 nos presentó el pintor Miquel Vilà nació entre nosotros una amistad de las que te reconcilian con el género humano y hacen que la vida sea mucho menos áspera.
Nacido hacía más de setenta años a Sant Guim de Freixenet, Jordi era una persona hecha de dualidades: de la Segarra y barcelonés, terral y urbano, salvaje y sociable, emprendedor e introspectivo, pero por encima de todo lúcido, leal, exigente, generoso y muy amigo de sus amigos. Las horas de conversación que he pasado con él en La Venta –su restaurante preferido, con la ciudad en sus pies y “la fina raya del mar” en el horizonte– no creo haberlas pasado con nadie más. Fue allí que celebramos su sexagésimo cumpleaños en compañía del admirado Jordi Pere Cerdà, el gran escritor norcatalán, y era allí donde analizábamos el manuscrito de todos y cada uno de sus libros en compañía de algún priorat magnificente.
Pero más allá de los opuestos mencionados, esta naturaleza dual se concretaba sobre todo en su doble condición de empresario y poeta. Un señor empresario y un señor poeta para ser más exactos, que dedicaba implacablemente las mañanas al negocio y las tardes al ocio: uno de los más importantes del sector metalúrgico –con sendas fábricas Gabarró S.A. en Igualada y Berlín, esta última abierta en plena crisis cuando nada parecía aconsejarlo–, y al mismo tiempo alguien dotado de un escalpelo lírico de los más incisivos y desgarradores que he conocido: “Depredada la teva carn / pel teu cervell // descobreixes / potser massa vell // que en el mental canibalisme / hi deixaràs la pell”.
Autor de una fecunda trayectoria de doce libros publicados a lo largo de un cuarto de siglo –desde Tot és caduc (1992) hasta Al senyor de Montaigne (2013)–, su obra poética forma un bloque homogéneo y compacto de consistencia casi pétrea, pero atravesado y trabado por una voz de lo más personal, en que un verso seco, sincopado y cortante como un estilete desarticula cualquier veleidad de sentimentalismo y vivisecciona todos los pliegues y repliegues de la privacidad así como de la polis y la res pública. Tanto sus poemas de amor a Mertxe, su mujer, como los que dedicó a Barcelona lo acreditan como uno de los poetas más comprometidos con la vida y su país.
Por todo eso no es extraño que su último libro fuera el ensayo Manual d’instruccions per a temps convulsos (Viena, 2014), presentado en la Casa del Libro por Muriel Casals, en el que inyecta grandes dosis de lucidez –y serenidad– en el estado de ánimo tan alterado de unos y otros: contra las efusiones del corazón, infusiones de una fría racionalidad que nos templen los ánimos y nos ayuden a cargarnos de razones mucho más que de sentimientos. Diciendo lo que dice y de la manera como lo dice, Jordi sabía que se exponía, pero es justamente este el riesgo que estuvo dispuesto a correr: había llegado el momento de ser claros y actuar en consecuencia. Así pues, bajo la fina ironía del título se esconde una penetrante capacidad de análisis de las fortalezas y debilidades del proceso y de todos sus protagonistas, principales y secundarios, de aquí y de allí, favorables o no. Huelga decir que Jordi estuvo pendiente de lo que pasaba en nuestra casa hasta el último segundo de vida y que ha dejado un gran vacío en todos los que tuvimos el privilegio de disfrutar de su amistad, confianza y afecto.