Carlos Zanón
ESCRITOR
Carlos Zanón (Barcelona, 1966) presenta Taxi (Salamandra), su sexta novela –que se pondrá mañana a la venta–, protagonizada por un desencantado conductor que recorre la ciudad a la deriva y cuya rutina se verá alterada.
Es mediodía en Montjuïc. Por la carretera de Miramar, sólo pasea algún turista despistado, sorprendido de no encontrar taxis, totalmente ajeno a la revuelta que vive la sociedad catalana. Si entrara en el restaurante Martínez, para hidratarse o admirar las vistas sobre la ciudad, vería que, en la única mesa ocupada, se está hablando de taxis. Pero no es porque ayer no se encontraran. Se habla del taxi como un agujero por el que se ve el mundo entero. El que más habla es el escritor Carlos Zanón (Barcelona, 1966), que presenta Taxi (Salamandra), su sexta novela –que se pondrá mañana a la venta– ante un grupo de periodistas que comemos croquetas y bebemos café. El libro está protagonizado por Sandino, un desencantado conductor que recorre la ciudad yendo de aquí para allá, a la deriva... pero cuya rutina se verá alterada por acontecimientos fuera de lo común.
El padre de Zanón y sus dos abuelos eran taxistas, lo que le ha evitado trabajo de campo. “Son personas –reflexiona– que se pasan entre 12 y 18 horas dando vueltas a una ciudad que, en el fondo, se identifica con ellos. Su destino depende del azar, de qué cliente se les suba. La vida personal de Sandino también es así, está instalado en la indefinición, no sabe quién es ni hacia dónde va”.
Zanón asegura que, con esta obra, se ha salido del género negro –no todos sus lectores estarán de acuerdo con la afirmación– y que ha asumido nuevos retos, como “que un mismo personaje me aguantara 300 páginas. Quería hablar de mí, de mi ciudad, de lo que significa tener una edad, no saber lo que quieres y que te dé igual”. Los referentes que tenía en la cabeza, mientras escribía, eran La
dolce vita de Fellini y la Odisea, aunque “con un héroe que no sabe si quiere volver”. Musicalmente –desde el mismo nombre del personaje hasta los títulos de los capí- tulos–, el álbum en que todo se basa es Sandinista! (1980) de la banda británica The Clash.
Sandino tiene un montón de “amigas especiales”, pero el autor “no quería un mujeriego egoísta, sino que a la vez fuera leal, vulnerable, que se creara una empatía con el lector. El universo femenino que le rodea le ancla a la tierra, le impide acabar vagando perdido en el ciberespacio. Él interpreta la realidad a través de canciones y simulacros de enamoramiento, le cuesta sentir directamente. Y mantiene una fidelidad quijotesca a cosas que, aunque puedan no ser ciertas, sabe que suponen lo mejor
“Quería hablar de mí, de mi ciudad, de lo que significa tener una edad, no saber lo que quieres y que te dé igual”
de sí mismo, como defender que
Sandinista! es el mejor disco de The Clash”. Es un tipo que ama su trabajo, “en el que nadie le dicta el horario” y donde puede “escuchar y reelaborar las historias que le cuentan los clientes, que le recuerdan cuando escribía las suyas propias, cuando quería ser escritor. Está en movimiento, por todos los barrios, contacta con todo tipo de personajes, de rentistas y especuladores a camellos y prostitutas. Quería una ciudad viva, que formara parte de él, no un escenario ni un escaparate. Esa Barcelona es un lugar sin murallas pero del que no puede escapar, porque le da identidad aunque le limite”. Tiene, además, inquietudes culturales, lee y escucha música, ve películas... “como si cualquiera de nosotros tuviera que hacer el taxi, él no quiere acabar convertido en una parte de la máquina, en una pieza del motor”.
Además, los pasajeros “se le sinceran de golpe o le cuentan enormes trolas, sobre quiénes son, sobre lo que saben, desde uno que asegura haberse follado a Amy Winehouse cuando no era aún tan famosa hasta, por ejemplo, otro que supuestamente ha matado a un tipo o uno que alardea de ser capaz de mantener relaciones sexuales 24 horas seguidas... El taxi es un ámbito privado en que estás con alguien al que no vas a volver a ver y te permites ciertas licencias”.
Sin embargo, “no quise hacer una recopilación de anécdotas de taxistas, las cosas que te cuentan son tan increíbles que no encajarían en una novela. Mi idea de taxista es casi metafísica: el que va la deriva sin que eso le importe”. De ahí que haya escrito la obra, esta vez, “por capas, en círculos, sin plan, no era posible dividirla en partes”.
Habituado a relatar los bajos fondos y barrios humildes, la ciudad de Taxi es “clasista” pero muestra también la zona alta. “Alguien me dijo un día –revela– que ‘la gente con dinero tenemos menos prejuicios que vosotros’ y, mira, no sé, quizá tenga razón, ese ha sido un cambio de mirada, no quería que los de Pedralbes aparecieran como marcianos”. A diferencia también de otros de sus libros, aquí hay “personajes más normales, bueno, entendedme, quiero decir que no tienen que cometer delitos para sobrevivir, hay muchas menos drogas y más sexo” aunque este no sea especialmente gratificante.
Si sus fans, como ha sucedido otras veces, tuvieran que dibujar un mapa con los escenarios reconocibles de la trama, este sería demasiado exhaustivo, abordaría toda la ciudad, desde el cementerio de Montjuïc –donde actúa un asesino que mata prostitutas y las entierra en la ladera de las vías– hasta el Martínez donde nos encontramos, pasando por paradas de taxi muy concretas, la plaza Orfila, la Vila Olímpica, la Rambla del Raval, el hotel Vela, el hotel Regàs, la plaza Real...
La dimensión familiar del personaje principal, con una abuela que presenta rasgos de la del autor, y cuyas cenizas viajan en una urna en el asiento del copiloto, es otro elemento importante de la obra. De hecho, Zanón escribe “para saber quién soy”. ¿Y cómo se lo toma su familia? “Ellos dicen que me leen, pero lo dudo porque me siguen invitando a comer”.
“Los pasajeros cuentan cosas increíbles: que se han follado a Amy Winehouse, que han matado a alguien...”