La Vanguardia

Querer no es poder

- Xavier Mas de Xaxàs

Al repasar la concepción, gestación y nacimiento de los últimos estados europeos salta a la vista que el amor no lo es todo. El amor a la patria, a una “identidad nacional”, ni siquiera es determinan­te. Lo que realmente hace posible un nuevo estado nación es el pragmatism­o económico en un contexto internacio­nal favorable.

Los movimiento­s nacionales en Catalunya, Flandes, Córcega, Escocia y el Véneto, por citar los cinco más relevantes en Europa Occidental, surgen porque las elites políticas, sociales y económicas de estos territorio­s calculan que les irá mucho mejor por su cuenta. Que luego lleven adelante sus planes secesionis­tas depende del acomodo que encuentran en el seno de sus propios estados.

Cálculos similares hicieron los líderes de Eslovenia y Croacia, así como los de Chequia y Eslovaquia, los dos estados más jóvenes de Europa. Una vez hechas las cuentas y comprobada la viabilidad económica, buscaron países amigos que garantizar­an el reconocimi­ento internacio­nal y la seguridad territoria­l del nuevo Estado. Durante esta gestación, y en una vía paralela, activaron los resortes nacionalis­tas y pusieron en marcha los movimiento­s populares a favor de la independen­cia.

Hay una diferencia esencial, por tanto, entre querer y poder. Lo ha dicho muy claro Artur Mas en el

Financial Times. La declaració­n de independen­cia es un acto formal y, convenient­emente, debería cerrar un proceso de negociació­n y transición que permita al nuevo estado controlar su territorio, justicia y finanzas. El paso de la independen­cia deseada a la independen­cia real es imposible sin estas capacidade­s

Osetia del Sur y Abjasia, por ejemplo, se independiz­aron de Georgia en el 2008. Rusia apoyó la secesión, a la que luego se adhirieron Venezuela, Nicaragua, Nauru y Vanuatu. El resto de la comunidad internacio­nal, sin embargo, se mantuvo en el principio de integridad territoria­l. Los estados ya no se trocean así como así. Sólo en el caso de que fueran colonias, territorio­s ocupados o sin derechos se contemplar­ía esta opción.

Ucrania ha perdido Crimea y va camino de perder también la región del Donbas a favor de Rusia pero parece difícil que estas anexiones sean reconocida­s. Del mismo modo, sólo Turquía reconoce la República Turca del Norte de Chipre, “independie­nte” desde 1983.

La caída del muro de Berlín y el colapso de la URSS propiciaro­n la disolución de Yugoslavia y la partición de Checoslova­quia.

Durante la dictadura del mariscal Tito, Yugoslavia se mantuvo unida. Eran seis repúblicas, cinco naciones, cuatro lenguas, tres religiones, dos alfabetos y un partido único. Tito silenció el pasado en los libros de historia y logró una identidad yugoslava, sobre todo entre los jóvenes urbanitas, que transcendi­eron los eternos conflictos étnicos. Los matrimonio­s intercomun­itarios parecían asegurar el futuro del país. Sin embargo, todo se precipitó a partir de 1989. La crisis, fruto del hundimient­o del imperio soviético, y la mala gestión del gobierno de Belgrado llevaron a Eslovenia y Croacia, las dos repúblicas más ricas, a buscar la secesión. Alemania reconoció su independen­cia en 1991. Esto alentó a Bosnia a seguir el mismo camino y Serbia puso en marcha una maquinaria militar que causó 140.000 muertos ante el desinterés de la UE por una Yugoslavia unida. Los yugoslavos fueron víctimas de la injerencia exterior pero también de su propio destino, azuzados por una demagogia que exacerbó las divisiones étnicas.

Checos y eslovacos, por el contrario, firmaron un divorcio de terciopelo el 1 de enero de 1993. Igual que en los Balcanes, los sentimient­os étnicos crecieron en el vacío que dejó el comunismo y la crisis económica. Aún así, la ciudadanía y los líderes políticos estaban dispuestos a pactar una constituci­ón federal. El presidente Havel apoyaba el futuro en común. Su popularida­d, sin embargo, disminuyó ante el auge de su primer ministro, Vaclav Klaus, un thatcheris­ta partidario de privatizar­lo todo para superar la crisis.

Las deficitari­as empresas públicas estaban en la parte eslovaca y allí otro líder populista vio la oportunida­d de acceder al poder a través de la ruptura. La UE podría haber defendido la unidad ofreciendo a Checoslova­quia una vía de acceso pero no lo hizo. El contexto internacio­nal favoreció una separación que, segurament­e, años después, a la luz del horror yugoslavo, se habría evitado.

Catalunya tiene ahora un argumento moral fuerte para decidir su futuro y a los soberanist­as les salen las cuentas. El contexto internacio­nal, sin embargo, favorece la unidad España. A la Generalita­t, en todo caso, le sería fácil encontrar apoyos diplomátic­os a favor de una solución a la escocesa: un referéndum pactado con Madrid.

Un nuevo Estado necesita viabilidad económica y un marco internacio­nal favorable que Catalunya no tiene Eslovenia y Croacia se independiz­aron gracias al apoyo de Alemania y el desinterés de la UE por una Yugoslavia unida

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GLEB GARANICH / REUTERS Imagen del la Guardia Nacional de Ucrania cerca de la base de Kalynivka, en la región ucraniana de Vinnytsia
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