Una afición impuesta
Desde el 2013 los dirigentes chinos se enfrentan a un reto, si no imposible, sí muy difícil de superar. Un desafío que no es otro que el de convertir a su país en campeón mundial de futbol. Esta es una de las ambiciones que el presidente del gigante asiático, Xi Jinping, acaricia y que declaró nada más asumir el poder de la segunda potencia mundial aquel año.
El dirigente chino reveló que su sueño es volver a situar a China como un país de referencia planetaria, que vuelva a ser el imperio del Centro. Una pretensión que extendió al mundo del deporte y, en particular, al futbol. Xi considera que todo país poderoso destaca en el deporte rey y China no puede quedarse atrás.
En este sentido, ha concretado sus anhelos en tres deseos, cada cual más difícil, si se tiene en cuenta que China ocupa el puesto 62.º de la clasificación de la Fifa. El primero, es que su país se clasifique para un fase final de la Copa del Mundo, el segundo es que sea el país anfitrión de este torneo y, el tercero, que algún día pueda ganarlo.
Para convertir en realidad estos objetivos, Pekín ha puesto en marcha un programa para impulsar este deporte en el país. Afición hay. Sin embargo, las autoridades comunistas corren el peligro de fracasar porque han diseñado una estrategia vertical, de arriba a abajo, y han dejado de lado una cosa tan simple como darles a los chavales un balón y que se entretengan en el patio de la escuela intentando emular a Messi o a Cristiano Ronaldo.
En su afán por satisfacer los deseos del líder del país, el Gobierno ha declarado obligatoria la enseñanza del fútbol en la enseñanza primaria y secundaria, con sus correspondientes libros de texto, está construyendo miles de campos de fútbol por todo el país y prevé tener 40.000 escuelas de balompié en el 2020.
Un plan que se complementa con el envío al extranjero de entrenadores para que aprendan de los mejores técnicos europeos. Este verano, sin ir más lejos, 57 preparadores chinos han viajado a Manchester para aprender de José Mourinho y de Pep Guardiola durante un periodo de doce semanas.
La duda es si después estos entrenadores serán capaces de transmitir algo más que ordenes a los jugadores y si sabrán aplicar las suficientes dosis de psicología en el vestuario para incentivar al equipo. En una ocasión, un director técnico me comentó que le había preguntado a sus futbolistas si iban a ver la final de la Champions por televisión. Sólo la tercera parte de la plantilla le dijo que sí. Un desinterés que lo dice todo.
A quien no parece faltarles interés es a los multimillonarios chinos, que al observar la afición del presidente del país por el fútbol se han apresurado a tomar posiciones. Así, han comprado y promocionado equipos locales y no han dudado en echar mano de la chequera para fichar a entrenadores de renombre (Capello, Eriksson, Villas-Boas, Lippi y Manzano, entre otros) y a jugadores famosos (Hulk, Oscar, Tévez o Lavezzi). Y no han dudado en hacerse con el control de clubes europeos como el Inter de Milán, el AC Milan, el Olympique de Lyon, el Atlético de Madrid o el Español.
Esta frenética dinámica ha convertido a China en el mayor inversor mundial en los dos últimos años. Entre el 2014 y el 2016 ha desembolsado 2.155 millones de euros y se ha erigido en el primer país en la historia que pasa de no invertir nada a liderar la lista mundial de inversión en equipos de fútbol. Pero también ha provocado las suspicacias de Pekín, que teme que el fútbol se convierta en una vía de evasión de capitales. Para evitarlo ha impuesto unas reglas estrictas a los clubes.
Con la excusa de fomentar la cantera nacional, las autoridades chinas han impuesto una tasa del 100% para los fichajes de futbolistas de otros países y ha obligado a los clubes a alinear en los partidos sólo a tres extranjeros y a tres jugadores locales menores de 23 años.
Sobre el papel, todo está bien planificado, pero el fútbol es un deporte de equipo con enormes dosis de creatividad individual, que combina mal con un régimen dirigista donde nada se mueve si no lo dice el líder. Y, en este caso, quién les dirá a los jugadores lo de “¡salid al campo y disfrutad!”, como hizo Cruyff.
Un total de 57 entrenadores chinos viajan a Manchester para aprender de Guardiola y Mourinho