El hombre simio
Quienes amamos la filosofía tenemos una deuda inmensa con Jesús Mosterín, quien nos dejó el pasado día 4. En los años setenta y ochenta, mientras España se liberaba de la losa del franquismo, contribuyó de manera decisiva a modernizar la filosofía española y conectarla con los debates internacionales. Fue una figura clave para el desarrollo de la filosofía de la ciencia, la filosofía analítica y la lógica matemática en lengua castellana, tanto realizando sus propias investigaciones como editando textos clásicos y escribiendo obras divulgativas. Mosterín sentía una profunda admiración por el mundo natural, y construyó sus posiciones filosóficas sobre el conocimiento científico. Denunciaba la creciente especialización de la academia, y como forma de resistencia fue atesorando un saber enciclopédico sobre matemáticas, física y biología, pero también sobre antropología e historia.
A partir de sus conocimientos sobre evolución y etología construyó Mosterín una defensa filosófica de los animales que en nuestro país fue pionera, y que expuso en obras como ¡Vivan los
animales! (Debate, 1998). Fue también de los primeros en hablar de ética animal en la prensa, y su batalla contra la tauromaquia le abrió el camino a un incipiente movimiento animalista, que hoy lo reconoce como una figura fundamental. Era presidente honorífico del Proyecto Gran Simio en España, y en su web personal en el Instituto de Filosofía del CSIC, se presentaba como un simio.
Sabio como era, no encajaba en la imagen típica del filósofo serio hundido en sus libros. Mosterín tenía un carácter alegre y un fino sentido del humor. Su espíritu crítico, demoledor frente a cualquier dogmatismo, encajaba bien con la ironía y las chanzas que no abandonaba ni al tratar los temas más espinosos. Era, además, una persona accesible y amable. Su calidez me quedó clara en un episodio que vivimos juntos. En el 2007, el CCCB me invitó a moderar una sesión sobre ética animal en la que Mosterín dialogaría mediante videoconferencia con Peter Singer. Cuando nos disponíamos a comenzar, con la sala abarrotada de gente, un grupo de personas boicotearon el acto: protestaban contra Singer por su defensa del aborto y la eutanasia. Se armó un buen alboroto, pero la cordialidad de Mosterín rebajó la tensión, y al final los boicoteadores se sentaron a escuchar.
En sus últimos años se había embarcado en el proyecto de escribir una historia multicultural del pensamiento, y había publicado ya varios volúmenes. Resulta descorazonador que un proyecto tan fascinante haya quedado interrumpido. Mosterín supo que tenía cáncer hace un par de años, y lo contó con una lucidez sobrecogedora en un artículo en El País. En dos ocasiones en su vida había estado en contacto con amianto, que le había acabado provocando un tumor en un pulmón. Mosterín explicaba su caso como siempre intentó explicarlo todo: con actitud científica, y a la vez con la esperanza de que la vida le concediera todavía unos pocos años más. No tuvo esa fortuna, y el maldito amianto le ha robado una vejez tranquila en la que disfrutar de su familia y amigos, y a todos nosotros nos ha robado los libros que aún podría haber escrito.
Mosterín nos deja una obra inmensa reconocida internacionalmente, pero también una actitud que nos conviene heredar. En tiempos de catástrofe ecológica y tentaciones totalitarias, el conocimiento científico y el pensamiento filosófico son más necesarios que nunca. Ojalá que sus libros sean semillas y frutifiquen en las siguientes generaciones.