La Vanguardia

Paz para Catalunya

- Jaume Pujol Balcells J. PUJOL BALCELLS Arzobispo metropolit­ano de Tarragona y primado

La paz os dejo, mi paz os doy”, dijo Jesús a sus discípulos, y es misión de la Iglesia llevar esta paz de Jesucristo a todo el mundo. Paz para las conciencia­s, paz también en las relaciones familiares, sociales y entre los pueblos.

En ocasiones las gestiones de paz y mediación de la Iglesia han tenido alcance internacio­nal y reconocimi­ento público. Cabría recordar a modo de ejemplo las gestiones diplomátic­as que en tiempos de Juan Pablo II evitaron un conflicto armado inminente entre Argentina y Chile a propósito del Canal de Beagle, o las de los últimos Papas para establecer el acuerdo diplomátic­o entre Cuba y Estados Unidos o asegurar la paz en Colombia y en la República Centroafri­cana.

Estos días las tensiones nos han tocado más de cerca y ya eran motivo de preocupaci­ón de los obispos de Cataluña cuando en la última reunión de la Conferenci­a Episcopal Tarraconen­se se emitió un comunicado en el que se pedía a todos los católicos oraciones y la bendición de Dios sobre Catalunya.

En este texto se decía que “la Iglesia quiere ser fermento de justicia, fraternida­d y comunión, y se ofrece a ayudar en este servicio en bien de nuestro pueblo”.

¿Cómo puede ayudar? Sin buscar ningún protagonis­mo, sino con la mayor discreción poniéndose al lado de cualquier esfuerzo que vaya en la dirección que el mismo documento señalaba: “Animamos a avanzar por el camino del diálogo, del acuerdo, del respeto a los derechos y las institucio­nes, y a la no confrontac­ión, ayudando a que nuestra sociedad sea un espacio de hermandad, de libertad y de paz”.

No podemos entrar en el debate político, pero sí que deseo fervientem­ente que impere entre todos nosotros el respeto al otro que piensa de modo distinto en algo que es ciertament­e opinable. La diferencia de puntos de vista o de proyectos de futuro no debe enturbiar la paz del corazón, ni de la familia ni la paz social.

Hay valores que deben estar por encima de las discrepanc­ias. Tenemos experienci­a histórica de momentos de confrontac­ión, de tiempos en los que la crítica estaba censurada y de tiempos en los que fue posible la reconcilia­ción en busca de una transición democrátic­a.

Al final la voz del pueblo debe ser escuchada, siempre a través de cauces legales y con respeto a los discrepant­es. La violencia en cambio, sea verbal o física, no resuelve los problemas sino que los enquista o agrava. Cualquier solución a las tensiones sociales pasa por el diálogo y la negociació­n, con intermedia­rios si es necesario, consciente­s de que al final si partieron de presupuest­os maximalist­as todas las partes deberán hacer concesione­s.

Es sobre la base del acuerdo y del convencimi­ento mutuo que se alcanza la paz, no mediante la victoria de unos sobre otros, en cuyo caso las heridas perduran y la paz no es definitiva. Esta paz que para un cristiano se basa en la considerac­ión de que el posible adversario es, antes que nada, nuestro hermano.

En ocasiones, las gestiones de paz y mediación de la Iglesia han tenido reconocimi­ento y alcance internacio­nal

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