La Vanguardia

Frank Langella, un Drácula de culto en Sitges

Frank Langella, actor al que Sitges entrega su Gran Premio de Honor

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Frank Langella, actor total. Nunca impone su presencia. Pero esta ahí. En la película. En el teatro. Lo notas. Como la elegancia o como un buen perfume. El filme Frost/Nixon,

de Ron Howard, lo convirtió en una estrella. Él se considera un actor. El festival de Sitges le concede esta noche su gran premio honorífico. Su fue primer Drácula éxito (1979). internacio­nal

Sí, ya llevaba en este negocio unos cuantos años. He de decir que también tiene el discutible honor de ser el proyecto más desorganiz­ado y caótico en el que he participad­o nunca...

¿Qué pasó?

Aquello era un caos. Estuve seis semanas sin rodar. Esperando. Cada día me maquillaba y me vestía para el papel. Y nada. Ahí me tenían, de Drácula. Toda la jornada.

¿Qué significa el fantástico para usted, como actor?

No es un género que haya frecuentad­o demasiado. De las sesenta o setenta películas en las que habré participad­o, se podría decir que una docena de ellas son fantástica­s.

¿Importa el género?

Lo único importante es el personaje. Que me intrigue o me excite. Que sea un enigma por desentraña­r. Quiero, como actor, que los personajes me desafíen, que me inviten a hacer algo nuevo, ya sea en clave de fantasía, comedia o drama...

¿Cuál es la tarea del actor?

Iluminar la condición humana. Hacer que la gente se vea a sí misma a la luz de las emociones. Me siento, cuando trabajo, como un canal. La conexión entre el texto y el público. Nosotros, los actores, tenemos la misión de llenar de vida y verdad los sentimient­os puestos en juego, ya sea en el escenario o en la pantalla.

¿Cómo nota que lo consigue?

Se nota. Inmediatam­ente. La recompensa es inmensa. Especialme­nte en el teatro.

¿Prefiere el teatro?

El teatro es una respiració­n compartida en la oscuridad. Sin marcha atrás. El teatro no concede segundas oportunida­des. Pero la recompensa dura toda la vida. Cuando se levanta el telón, intuyes un montón de corazones latiendo al unísono. Cuando el foco te ilumina, en el escenario, eres el guía de un viaje por las emocio-

nes. Sabes que no hay red bajo tus pies. El teatro es una emoción con vértigo añadido.

¿Y el cine?

También es emocionant­e. Mucho. Pero de otra manera. Porque sabes que lo que haces puede quedar ahí, para siempre.

¿Cómo llego a la interpreta­ción?

Podemos decir que es mi vocación, si entendemos vocación como una llamada que no sabes de dónde viene. Recuerdo que tendría yo siete años cuando el profesor pidió un voluntario para una obra. Levanté la mano y cuando pisé el escenario, me di cuenta de que ese era mi lugar. Mi sitio en la vida.

Y luego...

Nunca hubo marcha atrás. Recuerdo que mis compañeros tenían dudas. ¿Qué voy a hacer?, se preguntaba­n al acabar el instituto. ¿Qué va a ser de mi vida? Yo, en cambio, sabía ya entonces que mi vida iba a ser la interpreta­ción.

Usted siempre ha sido un

actorSí, los protagonis­tasde carácter se en me el han cine.resistido.

Ha participad­o en filmes magníficos. Pero también en otros olvidables... Eso a mí no me importa. Yo intento hacerlo bien.

¿No le marca la calidad del filme en su trabajo?

No, porque mi obligación es hacia el personaje. El personaje es lo

primero.mi deber, Si comoel diálogo actor, no es es encontrarb­ueno, parezcala maneralo mejorde decirlo posible. paraSi la que dirección no es están mala a o la los altura, otros es intérprete­sigual. Yo exigencia.debo mantenerEs una formami gradode ética de laboral.

Frost/Nixon le proporcion­ó una candidatur­a al Oscar...

Fue un privilegio. Le aseguro que estaba preocupado por no poder afrontar un personaje semejante. Me sentía incapaz de encontrar a Richard Nixon en mi interior.

¿Cómo lo hizo?

Tuve el privilegio de interpreta­rlo durante un año entero en Londres y luego en Broadway, en la obra de Peter Morgan, en el que se basa la película.

¿Cómo definiría a Nixon?

No es fácil. Tuve que investigar y trabajar mucho en él. Era oscuro, triste, un hombre verdaderam­ente triste.

Parece usted muy observador...

Mucho, ¿por qué lo dice?

Ha escrito un libro que se llama Dropped names: famous men and women as I knew them

sobre sus observacio­nes.

Sí, lo mío es observar. Desde que era pequeño estudio a la gente. Es algo que me ayuda. Tengo memoria y observo, como ahora aquí, hablando con usted, que me muestra su entusiasmo, cosa que le agradezco, y eso se queda en mi cabeza, así sé que, si alguna vez tengo que interpreta­r a un periodista, lo recordaré.

Gracias, aunque no sé si uno es un buen ejemplo...

No, no, lo es, porque su singularid­ad se suma a las de otros. Para mí, perdone que le diga, es material de trabajo.

En su libro recuerda su vida junto a Elizabeth Taylor.

Fue maravillos­a. Es la mujer que todos los hombres quisieran tener de amigo, se sentaba contigo, fumaba y bebía contigo. Tanto o más que tú. Era real, y además era una de las mujeres más bellas que he conocido, trabajando con ella, compartien­do momentos con ella, Elizabeth era la menos interesada en momificars­e. Gastaba su vida, su cuerpo, no ahorraba. Nunca fue estatua de cera.

También habla de una fiesta con John F. Kennedy...

Es la única vez que he estado junto a un presidente.

¿Y Nixon?

A Nixon lo llevo dentro.

LA TAREA DEL ACTOR

“Iluminar la condición humana, que la gente se vea a la luz de las emociones”

EL TEATRO

“El teatro es una respiració­n compartida en la oscuridad”

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FESTIVAL DE SITGES Frank Langella recibe esta noche el Gran Premio de Honor

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