Preguntas encadenadas
LA gente ha pasado de preguntarse si se atreverán a proclamar la independencia a cuestionarse si verdaderamente lo hicieron. De hecho, el Gobierno le ha enviado un requerimiento a Carles Puigdemont para que le aclare si declaró la secesión o no. En Wikipedia figura que lo habría hecho durante ocho segundos, siendo la proclamación más corta de la que se tiene noticia. De alguna manera fue, pues, un día histórico. La pregunta que se hacen ahora los ciudadanos es cuál será el paso siguiente. ¿Elecciones? Sería una posibilidad, pero ¿qué clase de elecciones? Últimamente el secesionismo le pone adjetivos a cada convocatoria. Las últimas fueron calificadas de plebiscitarias, pero perdieron el presunto plebiscito por suma de votos y se refugiaron en el número de escaños. Y con esa dinámica, va a ser imposible salir del infernal laberinto en el que vive la política catalana desde hace meses. O para ser más exacto, años. Hasta ahora, la realidad corría al margen del enredo político, pero finalmente hemos topado con el mundo real. El país pierde bancos, multinacionales, empresas grandes y medianas. Y la capitalidad editorial. E incluso se resiente el turismo. Además, los ciudadanos viven con tensión y estrés el momento. Se mantiene la convivencia, pero existe una quiebra emocional que será difícil de recoser. Entonces, ¿y ahora qué?
El único temor es no rectificar. El personaje que encarna Michael Douglas en Un día de furia dice, en mitad de su crisis emocional, que ha dejado atrás el momento de la duda, “que es en el instante de un viaje en que es más largo volver al punto de partida que continuar hasta el final”. Es sabia la duda, el pensar que se puede corregir el rumbo, que hay más rutas que la que no conduce a ninguna parte. Pero para eso hace falta generosidad propia y ajena. Y afán de supervivencia.