Atraso y oscurantismo
La deriva aislacionista de la Administración Trump; y el drama de las niñas llevadas al matrimonio en numerosos países del mundo.
ESTADOS Unidos anunció ayer su retirada de la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de las Naciones Unidas (Unesco). Esta entidad, que junto a otras veinte (la FAO, la OIT, la OMS, etcétera) integra la red de agencias especializadas de la ONU, fue creada en 1945 y reúne a más de 190 países. Sus principales objetivos son ahora la lucha contra el analfabetismo y en pro de la educación de calidad, la expansión de las nuevas tecnologías y la colaboración científica, la defensa de la libertad de expresión, la igualdad entre sexos, el medio ambiente, la cultura del agua, etcétera. Aunque su actividad más popular quizás sea el reparto de títulos de patrimonio de la humanidad que otorga a monumentos y tradiciones culturales de países de todo el mundo.
Estados Unidos adujo ayer, como motivo de su retirada de la Unesco, efectiva a finales del 2018, el supuesto “sesgo antiisraelí” de la organización. De hecho, horas después Israel anunció también su salida de la Unesco. Esta línea argumental no es nueva. En el 2011, siendo Barack Obama presidente de EE.UU., este país votó en contra de la admisión de Palestina como miembro de pleno derecho, al igual que lo hicieron Israel, Canadá y Alemania. La dirección de la Unesco temió entonces por su presupuesto, ya que entre los cuatro países mencionados aportaban algo más del 20% de los recursos a la entidad. De hecho, ese mismo 2011 EE.UU. dejó de pagar sus cuotas. En consecuencia, perdió su derecho a voto en el organismo dos años después. EE.UU., que ha solicitado seguir en la Unesco como observador, también aportó, como causa de su decisión, la necesidad de que la Unesco se renueve y regenere.
Dicho esto, y más allá de las razones hasta aquí enumeradas, la salida de EE.UU. de la Unesco se inscribe en las políticas resumidas en el lema “America First” que vertebraron la campaña presidencial de Donald Trump, y que siguen fijando su rumbo ahora que ocupa la Casa Blanca. Tanto la crisis económica, que aumentó el paro entre los trabajadores industriales norteamericanos, como las misiones militares en Irak y Afganistán fueron factores que allanaron el camino a ese “America First” y a la tentación aislacionista de Trump. El presidente manifestó, antes de ocupar su cargo, que quería revisar los tratados de comercio internacionales. Una vez en la Casa Blanca, retiró a EE.UU. del tratado de París contra el cambio climático. Ha exigido a los miembros de la OTAN que cumplan con las aportaciones previstas, bajo velada amenaza de reducir las de EE.UU. Por no hablar de su intención de reducir un 32% la dotación de los programas diplomáticos y de ayuda a otros países...
Este gradual abandono norteamericano de la escena internacional se produce, paradójicamente, cuando las amenazas globales resultan cada día más obvias, ya tengan que ver con el calentamiento global, el terrorismo yihadista o la posibilidad de que el régimen norcoreano acabe desencadenando una conflagración nuclear. Ciertamente, la atención a las prioridades de la política nacional no parece una excusa suficiente como para descuidar las obligaciones exteriores que tiene la primera potencia mundial. La política exterior de EE.UU. –su lucha contra las dictaduras en tiempo de guerra, su defensa y expansión de la democracia liberal en tiempos de paz– ha tenido efectos muy positivos. Los ha tenido para diversos países del mundo, sin duda. Y los ha tenido para el propio EE.UU., que por esta vía ha visto reforzado su liderazgo global.