La Vanguardia

Por la cara

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Imma Pedemonte es una periodista deportiva que se hizo muy conocida durante los primeros años de TV3. Había trabajado como redactora en el diario Dicen... Colaboraba en las revistas Todo Sport y Patín Sport ,yen 1983 estuvo en Catalunya Ràdio, en una época en la que yo también trabajaba ahí. De Catalunya Ràdio pasó a TV3. Allí, en 1988, cubrió los Juegos Olímpicos de Seúl y, en 1992, los de Barcelona. Presentó y editó las secciones de deporte de los Telenotíci­es y varios programas: Gol a gol, Tot l’esport...

Fue la primera persona que supe que se había hecho la cirugía estética. Se arregló la nariz, que no le debía de gustar bastante. La diferencia entre el antes y el después era evidente. A mí, que nunca he estado muy al corriente de la moda, me sorprendió. Me preguntaba si de verdad se sentía bien cuando cada mañana se miraba al espejo y veía una cara que no era la suya de siempre. Pero es de toda lógica que al cabo de poco tiempo –o en cuanto le sacaron las vendas, vete a saber– se reconocies­e. Aquella era su nueva cara, para siempre; o hasta que decidiera volver a operarse. No es un caso tan diferente de la gente que se tatúa, cara incluida. Cada uno hace con su cuerpo lo que mejor le parece.

En pocas décadas la cirugía estética se ha generaliza­do hasta límites nunca imaginados

Desde entonces, la cirugía estética se ha generaliza­do. En muchos países de Sudamérica, y en medio mundo después, uno de los regalos más deseados por algunas jovencitas es una operación de pechos, como Angelines, que siempre está ansiosa por enseñártel­os. Otras personas se arreglan la boca, a veces con resultados tan catastrófi­cos como el de Emmanuelle Béart, que de ser una preciosida­d ha pasado a ser un monstruo con dos frankfurts por labios.

Ahora, en Corea del Sur, hay tres mujeres que tienen problemas para tomar el avión de regreso a su país, China. Corea es uno de los paraísos asiáticos de este tipo de operacione­s, sobre todo para las chinas, que lo tienen cerca y consideran que tener un puente nasal más elevado, unos ojos más anchos y párpados dobles las hace muy deseables. El año pasado, cien mil chinas viajaron a Corea del Sur para hacerse guapetonas. El caso es que esta semana, en un aeropuerto surcoreano han retenido a tres porque las caras que tienen en las fotos de sus pasaportes no se parecen nada a las que muestran actualment­e, abultadas, y tienen que demostrar que son quien dicen ser.

Cada vez que arranco el ordenador, un Toshiba Portégé, la pantalla me dice que tengo que registrar mis huellas digitales para ponerlo en marcha. Nunca le he hecho caso y de momento la cosa ha funcionado. No insiste hasta que al día siguiente lo vuelvo a arrancar y me lo vuelve a proponer. Hay empresas en las que el acceso a las oficinas no se hace por medio de una contraseña sino del reconocimi­ento facial. Afortunada­mente no he trabajado en ninguna de ellas, porque sufriría por si un día voy a –no sé– votar en un referéndum, pongamos, y los robocops de turno me rompen la cara. Me situaría ante el aparato de reconocimi­ento y saltaría la alarma: “¡Esa cara no es suya!”. A ver cómo le explico que es culpa de los robocops, que me han hecho una cara nueva.

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