La Vanguardia

El infierno

- Pilar Rahola

En el entreacto de los muchos actos de estos días en los que vivimos peligrosam­ente, me paro para observar el mundo, que continúa su curso. Y, por lo que veo, también llueve. John Lennon tenía una bonita frase que recupero de memoria. Más o menos decía que vivimos en un mundo donde nos escondemos para amarnos, mientras practicamo­s la violencia a plena luz. Es de Bertrand Russell otra cita luminosa: la historia del mundo es la suma de todo lo que hubiera sido evitable. O, para ser generosos con la raza humana, la suma de todo lo que no hemos podido evitar.

Estos días la crónica negra la escribe Corea del Norte, habitual protagonis­ta de esas trágicas locuras evitables que, sin embargo, muestran una resistenci­a feroz a sucumbir al mínimo sentido común. No sólo es un régimen atroz, que somete a los ciudadanos a un lavado de cerebro que destruye toda individual­idad, convertido­s en meras masas al servicio de la ideología. Además, nos regala lindos lanzamient­os de misiles nucleares para recordarno­s la naturaleza del mal. Y por si la furia de Pyongyang no fuera suficiente, nos acercamos a la tormenta perfecta con el peor presidente norteameri­cano posible para lidiar contra la locura de su homólogo norcoreano. Es cierto que el lío de Corea del Norte siempre nos tiene en vilo, y que, sin

Cualquier signo, un rosario, una Biblia, los condena a la zona de muerte del campo de adoctrinam­iento

embargo, también siempre se queda en el límite, pero los equilibrio­s son tan volátiles, y la naturaleza del régimen es tan enloquecid­a, que ningún mal augurio es descartabl­e.

Con todo, lo peor de Corea del Norte no es la foto ampliada que ennegrece las noticias, sino la lupa pequeña que raramente conseguimo­s colocar porque estamos ante el país más blindado del planeta. Aun así, los testimonio­s se escapan por las rendijas y nos llegan con su grito helado. Personalme­nte, a raíz de un libro que estoy escribiend­o sobre la persecució­n de los cristianos en el mundo, he topado con algunos de esos testimonio­s que sólo son creíbles porque desgraciad­amente son ciertos.

Algunos datos para la lupa pequeña: todos los ciudadanos de Corea del Norte, nada más nacer, pertenecen a una de las tres clases sociales, los fieles (que consiguen los puestos de poder), los dudosos y los hostiles.

Quienes están en la última categoría están sometidos a una vida vigilada, violentada y a menudo acaban en los terribles campos de adoctrinam­iento. En el caso de mi libro, y por el odio que el régimen siente hacia el cristianis­mo, todos los norcoreano­s que eran cristianos antes de la guerra son “clase hostil”, y también sus hijos, de manera que sufrirán el estigma del régimen nada más nacer. Y cualquier signo de religión, un rosario, una Biblia, una oración, los condena para toda la vida en la zona de muerte de los campos de internamie­nto. Los testimonio­s que he leído recuerdan lo peor de la humanidad.

Corea del Norte es un infierno en la Tierra. No hay mucho más que añadir.

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