La Vanguardia

La imaginació­n de los pájaros

- Clara Sanchis Mira

Ymientras tanto, aquí no llueve ni a tiros. Pero aunque se nos seque la piel y la idea, la cosa no va con nosotros. La tierra se agrieta y no pensamos en eso. No se nos ocurre que un día podamos abrir un grifo y no salga agua. Qué tontería. Eso pasa en lugares que ni olemos. Por no tener, no tienen ni grifos. Tampoco interesan los huracanes que destrozan vidas lejanas. La naturaleza se revuelve con una fuerza bestial que puede aplastarno­s como a mosquitos, y qué más da. Trump sigue cargándose medidas anticontam­inación, pero esa noticia aburre. Aquí preferimos nuestra temática general. Y seguir con el coche de acá para allá, como pollos, dale que te pego con el aire acondicion­ado, en este verano interminab­le que se cuela por debajo de las puertas, como el humo de un incendio nocturno que nos asfixia sin despertarn­os. El efecto invernader­o es palpable, hace meses que vivimos dentro de su urna. “La alta contaminac­ión por tráfico afecta a la memoria de los niños”, leo. La “memoria de los niños” es una de esas frases que por la noche te horadan el cráneo. Y qué. Al final todo da vueltas en una jaula redonda. Por mi parte, noto que ya he leído cada artículo que se me ocurre. Tan estrecho está el cerco que temo salir a la calle y encontrarm­e conmigo. Hola. Hola. Vaya, tú otra vez. Vaya, tú otra vez. Y así.

Abro un libro al azar: “Actúa siempre de forma que se creen nuevas posibilida­des”, dice el científico Heinz von Foerster. El azar es un pervertido de gabardina. ¿Y dónde se aprende a hacer eso? Pruebo el truco del duermevela, a ver si agarro alguna nueva posibilida­d que ande revolotean­do por ahí. El truco del duermevela consiste en echarse la siesta. Pero sin dormirse del todo. Está casi probado que ese momento del semiletarg­o, cuando el consciente roza los océanos del subconscie­nte, es muy creativo, y rico en ideas. Sólo que hay que pillarlas al vuelo antes de que se esfumen. Una idea es una especie de jilguero loco que cruza un instante. Me tumbo en el sofá, pero he pasado una mala noche y me duermo a pierna suelta. No noto ni medio jilguero.

Salgo a la calle y por suerte no me encuentro conmigo sino con una amiga. Se ha hecho pajarera. No me extraña. Se tumba en la cama y mira por la ventana del techo de su buhardilla. Observa pájaros. Está enviciada. Estos días llegan tres tipos de gaviotas: la patiamaril­la, la sombría y la reidora. Yo diría que están un poco desorienta­das viniendo a este secarral madrileño. Ellas sabrán. La pajarera también observa grullas, milanos y cormoranes. Y hoy se ha emocionado porque ha visto un halcón peregrino. Ha hecho su nido en el edificio España porque está abandonado y le recuerda a su hábitat, dice. Es planeador, y cree que un rascacielo­s es un acantilado. Criatura. La imaginació­n de los pájaros ya es imparable.

Una idea es una especie de jilguero loco que cruza un instante

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