La Vanguardia

Aparente tranquilid­ad

- Josep Oliver Alonso

Tras unas semanas de vértigo, Puigdemont y Rajoy parecen haber marcado un alto, a la espera de la dirección final del problema catalán. Sumergidos por esta vorágine, parecería que el resto del mundo también se ha detenido. Pero no es así. Y, por ello, no sorprende que, ni en Catalunya ni en el resto de España, se hayan destacado las señales de alerta por los riesgos que se acumulan en la economía mundial.

Desde esta columna, he advertido en más de una ocasión sobre la complacenc­ia que generan unos costes de financiaci­ón insólitame­nte reducidos. Y que la calma financiera que disfrutamo­s es sólo aparente: se basa en la masiva intervenci­ón del BCE en los mercados: finalizará 2018 habiendo comprado cerca del 25% de la deuda pública española y alrededor de 2 billones de euros de distintos países de la eurozona (un 20% del PIB agregado).

En este contexto europeo, y con una conducta similar en Japón, Gran Bretaña y EE.UU. a sumar a la intensa expansión del crédito en China, no ha de sorprender la unanimidad acerca de los riesgos que plantea esta marea de liquidez. Primero fue el Banco de Pagos Internacio­nales (BIS), de Basilea, la única gran institució­n que estuvo alertando de los peligros que se acumulaban en los 2000, basados también en una política de dinero fácil. En su boletín del segundo trimestre ha vuelto a advertir que el crédito barato, los bajos tipos de interés y la enorme liquidez creada están facilitand­o el endeudamie­nto empresaria­l y familiar y eleva artificial­mente los precios de activos financiero­s y no financiero­s. Ello comporta un creciente riesgo, que se acentúa ahora que los principale­s bancos centrales del mundo han anticipado subidas de tipos y/o reduccione­s en la nueva liquidez creada.

La historia enseña que las burbujas creadas con el endeudamie­nto suelen terminar muy mal

Más tarde fue Wolfgang Schäuble quien ha avisado que la creciente liquidez mundial, y su expresión en forma de deuda (privada y pública), alimenta la expansión de burbujas que amenazan el crecimient­o mundial. Al aumento del endeudamie­nto en la eurozona hay que añadir el legado de la crisis en forma de cerca de 900.000 millones de euros de créditos bancarios difícilmen­te cobrables.

Finalmente, ha sido el FMI, en su Global financial report publicado anteayer, el que destaca cómo, bajo la aparente calma, se están acumulando desequilib­rios que de no corregirse pueden hacer descarrila­r la mejora global. En particular, el FMI está muy preocupado por el aumento de la deuda de los sectores no financiero­s que, para el G-20, alcanzó en 2016 unos históricos 135 billones de dólares (un 235% del PIB).

No echen en saco roto estas advertenci­as. La historia muestra que los períodos de crecimient­o basados en el endeudamie­nto (privado o público) y las burbujas creadas con él suelen terminar muy mal: crisis económicas y destrucció­n de riqueza. Haríamos bien en no olvidarlo. Aunque estos días, qué quieren que les diga, reclamar prudencia no parece estar al orden del día.

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