Carta de Madame de Chasteller
Stephen Vizinczey la describió como la mejor novela sobre la democracia liberal. Pero Lucien Leuwen también incluye una historia de amor. El protagonista, Lucien, que es un pedazo de pan relleno de ambición, se enamora de Madame de Chasteller, la joven viuda de un general de brigada, cuando la ve tras la ventana de una casa del centro de la ciudad. Desde entonces no puede dejar de pensar en ella. Y, al cabo de un tiempo, la obsesión da pie a la interpelación. Lucien escribe a su amada una carta llena de bellas palabras sin recibir respuesta. Luego le envía otra, con el mismo resultado. Finalmente, escribe una tercera. En esta última epístola, deja caer por azar la palabra “sospecha”. Y esta palabra actúa como el resorte que impulsa a Madame de Chasteller, a quien el amor también ha inflamado el corazón, a coger la pluma. A De Chasteller la mueve la pasión. Pero no quiere que el héroe piense que ella es lo que no quiere aparentar ser. Esconde sus sentimientos, se dedica a desmentir cualquier sospecha, adopta un tono severo y colma la carta de respuesta con reproches. Quiere dejar claro que ninguno de sus gestos puede interpretarse como una demostración de debilidad. La misiva no se puede leer en la novela de Stendhal. Pero el lector la puede imaginar escrita con una prosa repleta de aquellos adjetivos, como “honesta” y “sincera”, que proliferan cuando se trata de subrayar la intención fingida de decir la verdad.
El novelista remarca magistralmente que la decepción con que Lucien recibe esta carta diverge de la recepción que habría tenido si el destinatario hubiera sido un joven de París algo más vulgar. La primera reflexión que habría hecho este hipotético parisiense habría sido: “Oh! Madame de Chasteller me responde. Es un primer paso”. Y a continuación habría pensado que el resto era una cuestión de procedimiento y de tiempo: “Un mes o dos, según que yo tenga más o menos savoir-faire y ella, unas ideas más o menos exageradas sobre