La Vanguardia

Ruth Beitia

ORO OLÍMPICO EN SALTO DE ALTURA

- SERGIO HEREDIA Barcelona

Ruth Beitia (38) anunció ayer que se retira del atletismo. Campeona olímpica en salto de altura, 16 podios internacio­nales la contemplan. Los achaques la han derrotado. Los expertos la declaran “mejor atleta española de la historia”.

Gallina vieja da buen salto. ¿Nos van a ganar a Ramón y a mí después de 26 años entrenando? (...)

El mensaje cuelga de una pared, en el módulo cubierto de Santander. Lo elaboraron a trazos artesanale­s, muy a la manera de Ramón Torralbo (63) y Ruth Beitia (38).

El suyo, el ejercicio de ambos, tiene un punto visionario, se diría que quijotesco. ¿Quién iba a imaginarse que el atletismo español daría algún día una campeona olímpica en salto de altura...? ¿No era este un territorio de marchadore­s y fondistas?

Torralbo y Beitia culebrearo­n por el método de la prueba y el error: conociéndo­se, se hicieron grandes.

–Beitia es la mejor atleta de España de todos los tiempos –dijo ayer Torralbo.

Lo hizo en Santander, en el acto de despedida de Beitia: la mejor atleta española de todos los tiempos deja de saltar.

Cómo ha cambiado el cuento. Hace 26 años, ambos tenían poca experienci­a en estas lides. Torralbo se apañaba con un modesto grupo de chavales y una pista de ceniza que se embarraba en los inviernos.

La chupa cántabra, dicen los santanderi­nos de su lluvia.

Beitia triscaba sobre ese barro. Corría crosses. Era flaca y alargada. Como ahora, pero en niña. Era buena. Se defendía. También era curiosa: cuando pasaba trotando junto al foso de saltos, se paraba y miraba a los saltadores.

–¿Puedo, Ramón? –Puedes, Ruth, puedes.

Y ahí se apalancó, en la colchoneta de altura.

Tenía diez años. José Luis y María Aurora, sus padres, habían sido jueces de atletismo. José Antonio, su hermano mayor, había sido campeón de España juvenil en altura. Joaquín, otro, corría los 400 metros. David, los 3.000 m obstáculos. Inma, la penúltima, fue triplista internacio­nal.

Ruth Beitia, la menor, hija de un ferretero en el corazón de Santander, estaba predestina­da. –La altura me adoptó –dice. Tenía la vocación familiar. Tenía el gen: casi dos metros de estatura (1,92 m), apenas 70 kilos de peso, una técnica impecable. Tenía un entrenador fiel e implicado. Con el tiempo, tendría su módulo cubierexpl­icarse to: seis calles de tartán, una recta de 130 metros, una jaula de lanzamient­os y un par de colchoneta­s para la altura.

Adiós a la chupa, dicen hoy los atletas cántabros.

Y tenía el espíritu. ¿Cómo, si no, su regreso en el 2013, un año después de su medalla de chocolate, aquel cuarto puesto en los Juegos de Londres 2012...?

Qué duro había sido aquel fiasco olímpico, aquella asignatura que quedaba pendiente...

–Aquel adiós había sido más meditado de lo que parece. Los ciclos olímpicos están para plantearse cosas. Entonces, tenía una vida plena. Era diputada del PP en el gobierno cántabro. Arrastraba la sensación agridulce del cuarto puesto de Londres... Yo había querido mi podio –contaba a La Vanguardia.

El regreso fue un acierto. Lo dice el estadillo que acompaña a este texto: desde entonces han caído ocho grandes podios, incluido el oro olímpico de Río, en el 2016.

Su recorrido había sido largo, tanto como su figura. Se tragó a tres generacion­es de saltadoras, de Bergqvist a Vlasic, pasando por las discutidas rusas. Solo los achaques acabaron tumbándola. Este verano, en el Mundial de Londres, las enumeraba de un tirón: un edema en el psoas, un derrame en la rodilla, una vértebra girada y la lesión crónica en el hombro de caída.

Ahora saldrá de su apartament­o en el centro de Santander, tomará la bicicleta plegable y pedaleará hasta el parlamento. Se perderá en el Sardinero, en la bahía.

–Iré al mercado, a la frutería y a la carnicería. Seré una más.

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ALEXANDER HASSENSTEI­N / GETTY Momentos. Beitia, en sus inicios en la elite, en 1996; arriba, en el Europeo indoor del 2017: fue plata, su último gran podio

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