El Gobierno de Bagdad refuerza su autoridad en el territorio
de Hawijah, los tanques iraquíes avanzaban, entre el domingo y el lunes, hacia Kirkuk. La superioridad de fuego frente a los peshmergas de la UPK forzó la pronta retirada de estos. Pero luego los peshmergas del KDP de Barzani ni siquiera abrieron fuego. Los carros de combate evitaron entrar en la ciudad, cuya seguridad quedó confiada a la policía federal y local.
Anteayer se esperaba que Masud Barzani diera la cara ante el desmoronamiento de su estrategia. Sin embargo, el presidente kurdo emitió un comunicado en el que culpaba “a cierto partido” por dejar vía libre a las tropas iraquíes. Desde la UPK, en cambio, se culpa a Barzani de haberlos privado de misiles antitanques y se asegura que todo lo que está pasando estaba cantado desde el fin de semana, cuando el presidente de Irak –a la postre, kurdo– pactó con Barzani. Aunque este exige diálogo al primer ministro iraquí, Haidar alAbadi, este se niega a sentarse mientras no reniegue del referéndum.
En la práctica, la consulta ya ha quedado sepultada bajo los cascotes –afortunadamente metafóricos– de la caída de Kirkuk. Los dos partidos más sensibles a los intereses de Irán, PUK y Gorran, culpan a Barzani de haber ignorado las advertencias de países aliados. Y tras derrotar al Estado Islámico –con la ayuda de los peshmergas y de países con intereses tan contrapuestos como EE.UU. e Irán– el Gobierno de Bagdad ha reforzado su autoridad. Nadie, excepto Israel, apuesta por la fractura de Irak. Sobre todo Irán y Turquía no quieren un estado kurdo que pueda servir de plataforma a sus propias guerrillas kurdas y, aún menos, a Tel Aviv.
Los hechos consumados se suceden. Una aerolínea saudí ha reanudado los vuelos entre Riad y Bagdad tras veintisiete años. Y la reapertura de la frontera terrestre está al caer.
Asimismo, BP, la antigua British Petroleum, se prepara ya para hacer efectivos los contratos sobre Kirkuk que firmó hace unos años con el Gobierno federal. La multinacional británica lleva casi un siglo operando en la zona y no es ajena a sus desgarros étnicos. En los años cincuenta excluía absolutamente a los árabes iraquíes de sus puestos de trabajo en Kirkuk. Luego el partido Baath le dio completamente la vuelta y muchos kurdos y cristianos perdieron su empleo en el petróleo o fueron desplazados a otras partes del país.
El crudo, que había de ser el combustible de la independencia, no ha dejado de fluir durante los últimos años, sin cualquier fiscalización. El Gobierno kurdo, de hecho, no pagaba a sus funcionarios y peshmergas durante meses y en lugar de sacar dinero de las petroleras, se ha endeudado hasta las cejas con ellas, convertidas en prestamistas. Irbil echa la culpa al Gobierno iraquí, por no transferirle el 17% del presupuesto federal estipulado en la Constitución, mientras que Bagdad alude a su exportación ilegal de petróleo para no hacerlo.
A los quince días de la muerte del fundador de la UPK, Yalal Talabani –contemporizador con Bagdad– es Barzani quien podría haber escrito su propio obituario político. Pero tiene herederos y el primer ministro kurdo es su mismo sobrino. Y el único candidato opositor a las presidenciales ha sido excluido por estar “fuera de plazo”.
Los kurdos –cuya lengua nada tiene que ver con el árabe o el turco– no tienen más amigos que las montañas, reza un dicho. Barzani, en su último mensaje, reivindica la lucha de su pueblo por preservar su identidad. “La nación kurda”, termina advirtiendo, “un día logrará la independencia”. Pero no va a ser mañana.
DIVISIONES INTERNAS
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EL CRUDO DE KIRKUK
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