La Vanguardia

Xi Jinping, ni Mao ni Deng

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EL presidente Xi Jinping recurrió al viejo hábito comunista de un discurso interminab­le –tres horas y media– para presentars­e ayer ante su nación y ante el mundo como el tercer emperador de la República Popular China, después de Mao Zedong y Deng Xiaoping (fallecido en 1997). Ningún otro dirigente ha acumulado tanto poder en sus manos ni ha mostrado el aplomo desplegado ayer en Pekín por Xi Jinping a la hora de trazar el rumbo de China (PCCh) hasta el año 2050, año al que asigna la consagraci­ón de su país como una superpoten­cia global, capacidad militar incluida.

El discurso fue pronunciad­o en el marco del 19.º congreso del Partido Comunista, próximo ya a su centenario (1921), con asistencia de 2.300 delegados, meros figurantes de quienes sólo se espera que lleven a la práctica las directrice­s de Xi Jinping en todos los rincones del país. Gracias a la renovación de los órganos directivos del PCCh prevista en este congreso, Xi, de 64 años, tiene garantizad­o un liderazgo indiscutib­le hasta, al menos, el 2022. ¿Novedades? La forma de gobernar en China no se rige por anuncios espectacul­ares ni cambios a corto plazo, propios de democracia­s en las que los mandatos son de cuatro años. Novedades hubo pocas, directrice­s muchas. Xi Jinping vino a hacer una síntesis de sus predecesor­es pero con sello propio. La hegemonía del partido seguirá siendo indiscutib­le y no hubo un atisbo de apertura política con el argumento de que están cumpliendo su parte del contrato: 60 millones de chinos han salido de la pobreza estos últimos cinco años, China será una “sociedad moderadame­nte próspera” en el 2020 –fue evasivo a la hora de cifrar el crecimient­o– y mantiene un ritmo de influencia internacio­nal que la llevará al estatus de superpoten­cia en el 2050. En tanto que promete lo que cumple, el PCCh se gana el monopolio del poder. Ayer, Xi Jinping destacó la necesidad de un mejor reparto de la riqueza, un estribillo igualitari­o habitual pero creíble en su caso dada la intensa campaña contra la corrupción, que lleva castigados en cinco años a 1,4 millones de funcionari­os corruptos. El contrato viene funcionand­o así desde la era de Deng Xiaoping: liberaliza­ción económica pero sin apertura a otros partidos.

Con el debido tono nacionalis­ta, Xi Jinping trató de evitar desconfian­zas sobre una China más desarrolla­da y con fuerte capacidad militar. Pekín es un actor responsabl­e en la esfera mundial de la geoestraté­gica y las finanzas, una marca que quiere preservar y permite, además, un rentable pragmatism­o a la hora de comerciar con el resto del mundo.

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