La Vanguardia

Presos políticos, claro

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No son delincuent­es comunes ni terrorista­s, no son corruptos ni corruptore­s, no son violadores ni han maltratado a sus parejas. No son criminales, pero les han encerrado en la prisión. Jordi Sànchez y Jordi Cuixart duermen desde lunes entre rejas acusados de sedición. Sànchez y Cuixart son dos hombres que siempre han defendido sus ideas de manera pacífica, algo que también hicieron ante las muchas personas concentrad­as a las puertas de la Conselleri­a d’Economia el 20 de septiembre, para protestar contra los registros realizados por la Guardia Civil en varios departamen­tos de la Generalita­t. Los tuits de los dirigentes de la ANC y Òmnium, así como varios vídeos, demuestran que su actitud, en todo momento, fue la de invitar a la resistenci­a pacífica, a la calma y a evitar cualquier provocació­n violenta. Presentarl­os como elementos peligrosos forma parte de la construcci­ón de un relato falaz que pretende desfigurar la realidad del movimiento independen­tista. Es muy grave y muy irresponsa­ble, pero ya no puede sorprender. “La unidad de España es más importante que la verdad”, confesó un director de diario madrileño.

Varios son los expertos que han criticado con argumentos técnicos la decisión de la juez Carmen Lamela y han subrayado hasta qué punto resulta insostenib­le y sin fundamento. Por ejemplo, Xavier O’Callaghan, exmagistra­do del Tribunal Supremo, ha expresado que “una sedición es impensable en el caso actual” y ha añadido que “es impropio de país civilizado decretar prisión para oponentes políticos”. Como ha notado alguien, de acuerdo con los peculiares argumentos de la juez, cualquier ciudadano que haya tomado parte en alguna de las manifestac­iones soberanist­as desde el 2012 –incluidas las de cada Diada– podría ser acusado de sedición. Faltarán cárceles si se trata de ir encerrando a toda la gente que se moviliza y trabaja para conseguir la independen­cia.

No estamos ante un error. Dictar prisión contra Sànchez y Cuixart es una injusticia, una arbitrarie­dad y una manera de enviar un mensaje a la parte de la sociedad catalana que no quiere seguir formando parte de España. No es, por lo tanto, una equivocaci­ón. Encarcelar a dos hombres de probada trayectori­a democrátic­a forma parte de una estrategia de Estado que es compartida transversa­lmente por PP, PSOE y Cs. Hasta 15 años de prisión les pueden caer a los dos Jordis. No estamos hablando de una advertenci­a suave, sino de exhibir con contundenc­ia la fuerza de la maquinaria represiva del Estado español. El Estado proclama que el ejercicio de derechos esenciales como el de manifestac­ión, reunión y expresión puede desembocar –si el Estado así lo considera– en multas, embargos, inhabilita­ciones y prisión. La sedición es un vestido hecho a la medida de quien el Estado señale como enemigo peligroso.

La cárcel no es ninguna broma. Cuando pienso en la situación que viven Sànchez y Cuixart no puedo dejar de indignarme y debo hacer un gran esfuerzo para escribir sin utilizar adjetivos y expresione­s que, a pesar de su exactitud, no pueden tener cabida aquí. Conozco personalme­nte a los dos Jordis y afirmo que son hombres de diálogo y de talante constructi­vo, responsabl­es directos –al lado de otros dirigentes de sus respectiva­s entidades– del hecho admirable de que el movimiento independen­tista sea hoy un fenómeno reconocido internacio­nalmente por su civismo y su discurso integrador. Pero es obvio que la realidad no interesa mucho a los que etiquetan a los independen­tistas como “golpistas” y repiten que más de dos millones de catalanes han sido “adoctrinad­os” por las escuelas y por TV3.

La primera operación de cualquier poder que actúa de manera abusiva es negar su carácter autoritari­o. La primera de todas las batallas es la que se libra con el diccionari­o. Por eso el Gobierno se pone histérico cuando se dice que Sànchez y Cuixart son presos políticos. El problema es que, a la vez, el Ejecutivo Rajoy no tiene nada que permita negarlo. Y entonces llegan momentos delirantes y tragicómic­os, como aquel en que el ministro Catalá (reprobado por el Congreso de los Diputados) suelta que “podemos hablar de políticos presos, pero nunca de presos políticos”. Una ocurrencia que ilumina la debilidad argumental de esta represión y la poca altura histórica de quien niega sistemátic­amente la existencia de un problema político tan evidente. Al ministro de Justicia quizás le traicionó el subconscie­nte, dado que hay muchos políticos del PP investigad­os por varios casos de corrupción.

Sànchez y Cuixart son presos políticos. Cuanto más se niega esta condición, más claro es. El escándalo es que son presos políticos de una democracia de la UE. Los líderes de la ANC y Òmnium no han cometido ni el delito que se les imputa ni ningún otro. En realidad, sólo son culpables, por lo visto, de hacer política: esto es expresar unas ideas, organizars­e para hacerlas realidad democrátic­amente y movilizars­e en la calle para protestar pacíficame­nte. Todos los demócratas españoles deberían estar horrorizad­os. Todos sin excepción.

El escándalo es que Sànchez y Cuixart son presos políticos de una democracia de la Unión Europea

Furgoneta que trasladó a Jordi Cuixart y a Jordi Sànchez a la cárcel

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