Perdidos
Aunque parezca mentira, a estas alturas aún hay quien no ha logrado posicionarse en el conflicto por falta de un grupo con el que sentirse identificado. Un caso especialmente conmovedor es el de una pareja de amigos que han estado en casi todas las manifestaciones sin llegar al clímax en ninguna. Esa falta de afinidad les inquieta y entristece. Yo les digo: “No os sintáis presionados, pensad tranquilos, nadie debe obligaros a seguir sus directrices...”. Pero no quieren quedarse solos. Y en su necesidad de calor humano, estuvieron con independentistas el martes de huelga general: como sufrieron en carne propia la represión de las manifestaciones antifranquistas de los setenta, se sintieron llamados a posicionarse en la protesta contra la violencia policial aunque ninguno de los dos desea el Santo Advenimiento de la República Catalana. Vista la manipulación que se hizo del asunto, dos días después se arrepintieron. El sábado siguiente, de nuevo ilusionados, buscaron cobijo en la manifestación blanca. Me enviaron selfies con rostros esperanzados frente al ayuntamiento de su municipio: él con camisa blanca, ella con un folio. Como la marca blanca carece de marketing seductor (y su municipio es poco dado a las estridencias) la encontraron sosa, falta de colorido, de sex-appeal y, sobre todo, de música. (A él le habría gustado un himno dodecafónico. Ella se habría conformado con un mediador internacional tocando las castañuelas).
Inasequibles al desaliento, acudieron a la primera gran manifestación unionista, y eso que les advertí que posiblemente aglutinaría sensibilidades demasiado cavernarias para su gusto. En efecto: el discurso centrado y realista de Borrell, que a ratos parecía preguntarse qué diablos hacía allí, no les bastó para contrarrestar tanto símbolo nacionalista del otro bando y tanto energúmeno de circo romano gritando “Puigdemont a prisión”. Mis amigos regresaron de nuevo decepcionados.
Sigo insistiéndoles en que no es imprescindible elegir entre opciones que no te convencen aunque todos te pongan la cabeza como un bombo. Pero no hay quien los pare: van por ahí vagabundeando, cual perro sin amo, en busca de una manifestación que les permita alcanzar, ya no el clímax, pero al menos una modesta satisfacción. He aquí el mensaje que me enviaron desde la última concentración en la que estaban: “Tampoco esto es lo nuestro. Habrá que seguir buscando. ¡Qué pesadez!”. Lo extraño es que me lo enviaron el pasado lunes a las cinco, y a esa hora (no se conocía aún la sentencia de los Jordis ) no había ninguna manifestación relevante. Como no sé nada de ellos, me preocupa imaginar dónde habrán aterrizado en su afán de exteriorizar su necesidad de expresarse. Y esto es un llamamiento por si me leen. Me gustaría saber, en fin... en qué estado se encuentran.
Pero ellos, ni caso: siguen buscando una manifestación que les permita alcanzar el clímax