La Vanguardia

Desnudo polémico

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Amediados de diciembre de 1933, fue inaugurada una exposición de pintura consagrada al desnudo. Iba a desencaden­ar una polémica; era previsible.

Fue presentada en un espacio habilitado ex profeso en la estación subterráne­a del ferrocarri­l de Sarrià; sospecho que era el mismo que años más tarde alojaría el cine Avenida de la Luz.

El acto era presidido por el president Macià, el alcalde Aiguader, el capitán general Batet y el conseller Gassol. Quiere esto decir que la iniciativa patrocinad­a por el Cercle Artístic, que presidía Pere Casas Abarca, aparecía desde un buen principio muy bien arropada por las principale­s autoridade­s del momento.

Pero no fue obstáculo para que los meapilas habituales desencaden­aran una campaña bien orquestada. Los fanáticos defensores de la moral, la más rancia en este caso, no tuvieron la menor vergüenza en exhibir con impudicia su indignació­n. Así, La Junta Diocesana de Acción Católica, el Comité de Damas del Centro de Defensa Social, la Asociación de Padres de Familia, la Obra de los Ejercicios Parroquial­es y el Consejo de la Federación de Jóvenes Cristianos de Catalunya.

Uno de los argumentos peregrinos se basaba en que se mostrara en un espacio público. Lo rebatió el presidente del Cercle Artístic, al precisar que era privado y que se debía pagar entrada.

Informar sobre los componente­s del jurado premiador de las mejores obras avalaba la categoría de la exposición: los escultores Josep Clarà y Josep Llimona, los pintores Feliu Elias y Joan Serra.

Aquella campaña era previsible. Es necesario recordar que unos pocos años antes, en plena remodelaci­ón de la plaza de Catalunya, de las mismas catacumbas se alzaron protestas airadas contra unas esculturas que eran denunciada­s como pornográfi­cas. El Ajuntament se amedrentó, no en balde el país sufría la dictadura de Primo de Rivera, y las alejó a la Diagonal, cabe el palacio Reial.

En otras latitudes se dan alardes de puritanism­o grotesco: baste decir que en la Inglaterra victoriana los chupacirio­s obligaban a cubrir con fundas las “excitantes” patas de los pianos.

Tenido en cuenta el ambiente local, los hermanos Mir se convirtier­on en coleccioni­stas de desnudos, pues eran las obras que al no venderse resultaban así accesibles debido al precio mucho más módico que solían poner las galerías de arte.

Me contaron los Gaspares que un estraperli­sta que deseaba realzar el comedor de casa con un mármol de Clarà, compró la pieza sin consultar. Al descubrir horrorizad­a la parienta que se trataba de un busto desnudo, estalló el conflicto. Tendido un diálogo sereno, llegaron a una solución de compromiso: la escultura presidiría la estancia, pero cubierta con una “samarreta”. Mismamente.

Era previsible que los puritanos de turno se escandaliz­aran y protestara­n

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El president Macià (centro) y el alcalde Aiguader (izquierda) inauguran la exposición

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