La Vanguardia

Mayéutica socrática

- Clara Sanchis Mira

Clara Sanchis Mira ofrece una lección sobre el diálogo: “La primera condición indispensa­ble para sentarse a hablar es tener sillas. En caso necesario, se pueden sustituir por un sofá, aunque este manual no lo recomienda por razones que prefiere ni comentar. De hamacas no hablemos”.

La primera condición indispensa­ble para sentarse a hablar es tener sillas. En caso necesario, se pueden sustituir por un sofá, aunque este manual no lo recomienda por razones que prefiere ni comentar. De hamacas no hablemos. Si bien se da por hecho que los hablantes han acudido a la cita duchados, y con el orgullo perfectame­nte vomitado en casa. El orgullo es una bola pastosa que se atasca en la glotis, con un poder destructiv­o ilimitado si no se expulsa a tiempo. Este manual ha visto a personas inteligent­es destrozar vidas propias y ajenas por un empacho orgulloso. Dicho esto, no es necesario explicar que sentarse a hablar de pie es un lío. El siguiente paso consiste en abrir la boca. Pero sin exagerar. No hace falta parecer una ballena hambrienta. Sea como sea, se sobrentien­de que los hablantes tienen algo que decirse. A ser posible en el mismo idioma. Aunque mucho más importante es que tengan algo que escucharse. El deseo sincero de hacerlo. Si bien, como todo el mundo sabe, aquí hemos llegado al punto arduo de la cuestión. Desear escuchar al otro es algo extraordin­ariamente difícil, una pirueta en el abismo que requiere una fortaleza, un talento, un corazón aventurero y un esponjamie­nto cerebral que sólo los seres más elevados logran alcanzar. Pero siendo una premisa imprescind­ible, este manual confía en la eficacia de unos sencillos ejercicios de entrenamie­nto. La semana previa a la cita, cada noche, antes de tomar un vaso de leche, los hablantes deberán repetir, cien veces, una de las siguientes oraciones: “Puedo haberme equivocado en algo por error” o “en el mundo hay más gente”.

Realizado este trabajo, con los cuerpos ensillados y las bocas abiertas, las lenguas pueden empezar a soltarse. Pero sin hincarle el diente al problema de sopetón. Este manual recomienda dar unas vueltas de acercamien­to inspiradas en cortejos del reino animal. Los hablantes pueden, por ejemplo, comentarse los peinados. “Reconozco que tu flequillo siempre me ha parecido una obra de arte”, podrían decirse. Para luego proseguir el rodeo iniciático mostrando un cariñoso interés por las preocupaci­ones afines. “¿Tú cómo llevas la injusta persecució­n de los casos de corrupción de tus colegas?”, podrían decirse. Para después consolarse mutuamente por la incomprens­ión del mundo, cosa que une una barbaridad. Pero si ni con esas se ha logrado un mínimo deshielo, a este manual ya no le queda más remedio que sugerir un chute de droga de la buena, echando mano de un dispositiv­o musical. Escuchemos juntos Oblivion, de Piazzolla, y lloremos abrazados por los errores cometidos, y los que falta por cometer. A este manual se le saltan las lágrimas en el segundo compás, y aquí declara que, si hoy ya ni la música amansa a estas fieras, desde luego él presenta solemnemen­te su dimisión.

Desear escuchar al otro es algo extraordin­ariamente difícil, una pirueta en el abismo

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