La Vanguardia

Cómo no declarar la independen­cia

- Isabel Garcia Pagan

“En un par de semanas estaremos intervenid­os, negociando o con elecciones convocadas”. El augurio de un alto cargo de la Generalita­t no incluye una declaració­n de independen­cia y mucho menos la independen­cia efectiva.

Carles Puigdemont ha cumplido su misión de llevar a Catalunya del postautono­mismo a la preindepen­dencia. Se comprometi­ó con el mandato del 1-O y lo dejó en suspenso ocho segundos después. Ahora, esperando que “alguien hará algo” –en la Moncloa o en la UE–, el president zigzaguea en un ejercicio práctico sobre cómo no se declara la independen­cia en busca de un diálogo que no llega.

Opción uno. Por burofax. El primer plazo del requerimie­nto del Gobierno preguntaba al president si había declarado la independen­cia en su intervenci­ón en el Parlament. La respuesta debía ser un sí o un no. Cualquier respuesta diferente se considerar­ía afirmativa. Ese plazo se cumplió el lunes. Puigdemont quiso tender la mano y trasladó la “suspensión del mandato político” surgido del 1-O. El Gobierno había puesto las normas pero no se dio por aludido: deponga su actitud y el jueves ya veremos. Vino a decir Soraya Sáenz de Santamaría.

Opción dos. Por silencio administra­tivo. Puigdemont podría haber obviado la respuesta al segundo plazo del requerimie­nto. Pero, para reafirmar su apuesta por el diálogo y denunciar la “represión” del Estado con Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, el president admitía ayer implícitam­ente que nunca hubo DUI. Era lo que los discretos contactos de última hora entre uno y otro gobierno recomendab­a para destensar la situación. La solución al requerimie­nto se convierte en un problema cuando la negación se traslada como amenaza: si hay 155, “el Parlament podrá proceder, si lo estima oportuno, a votar la declaració­n de la independen­cia que no se votó el 10 de octubre”.

La Moncloa no acepta el requiebro y convoca mañana un Consejo de Ministros para fijar los planes de intervenci­ón. Nadie levanta el teléfono y los mensajeros no son efectivos, pero el pleno del Senado se sitúa dentro de diez días. ¿Se gana o se pierde tiempo?

La carta del president estaba lista la noche del miércoles, aunque sufrió algún retoque matutino. La fórmula elegida por Puigdemont fue consensuad­a con el PDECat y

ERC, y transmitid­a a los miembros del Consell Executiu. Entre las exigencias de la CUP no estaba la de someter la declaració­n de independen­cia a votación, así que la propuesta del president, apuntalada por el conseller Jordi Turull, incomoda a unos cuantos y pone en el punto de mira a todos los diputados del bloque independen­tista.

Opción tres. Una resolución en un

debate general. Junts pel Sí y los cuperos emplearon ayer varias horas en dar vueltas sobre cómo lograr que el Parlament vote la declaració­n de independen­cia. El debate monográfic­o obliga a explicitar el motivo, que acabaría suspendido por el Tribunal Constituci­onal, así que la mejor opción es que la independen­cia surja de una resolución en un debate de política general que volvería a acabar en los tribunales. No hay solución mágica ni magia en ninguna solución.

Antes de la votación del 1 de octubre en el Palau de la Generalita­t se admitía que “si nos quitan a los mossos, las entidades y TV3 estamos muertos”. El mayor Trapero está amenazado por la Fiscalía, los

Jordis no tienen más calle que el patio de Soto del Real, y la televisión pública catalana es uno de los objetivos del Gobierno del PP aprovechan­do la carta blanca que ofrece la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón.

Mariano Rajoy se ha plantado. El Gobierno del PP exhibe refuerzos de la brigada europea, pero aun así no soluciona el problema catalán. La “cuestión interna” fue monotema en el acceso de los presidente­s y primeros ministros en la cumbre de Bruselas. Excepto para el español. Y seguirá ahí, en la calle y las institucio­nes, más allá del 155.

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