La Vanguardia

El arte contemporá­neo mueve casi 100 veces más dinero que en 1990

La FIAC abre en París con buena perspectiv­a por las grandes ventas y el ‘street art’

- ÓSCAR CABALLERO París. Servicio especial

En 1990 el arte contemporá­neo movía 17 millones de euros en el mundo; este año la cifra ronda los 1.550 millones. Lo explica Thierry Ehrmann, presidente de Artprice, número uno mundial de los bancos de datos sobre comercio del arte, en la inauguraci­ón de la 44.ª edición de la Feria Internacio­nal de Arte Contemporá­neo (FIAC). La cita reúne en París, hasta el lunes, 193 galerías de 30 países. Y, según Journal des Arts, ferias como esta o la Basel Art, ambas mundializa­das, comparten un 15,4% de todas las galerías, frente a un 4,5% en el 2005.

También los coleccioni­stas llegan del mundo entero, incluidos entre los 6.000 vips que, con su credencial sésamo y su guía de 80 páginas en mano, van de vernissage en expo y de cóctel en cena de gala. Entre Grand Palais y exposicion­es satélites habrá más de mil obras.

La presencia de España es más que limitada: Projet SD y Nogueras Blanchard, de Barcelona; Parra Romero (Madrid-Eivissa), y MaisterraV­albuena (Madrid-Lisboa).

La FIAC 2016 totalizó 72.080 visitantes. Este año pueden ser más, aunque la entrada cuesta 37 euros. La feria abrió ayer, si bien los vips pululan desde el domingo pasado.

Cada año tiene su escándalo; este, con Domestikat­or, “alegoría de la violación de la naturaleza por parte del hombre” según su autor, el holandés Joep van Lieshout. Era una de las 45 obras destinadas a los jardines de las Tullerías. Pero la rechazó el Louvre, que controla las instalacio­nes del jardín. Jean-Luc Martínez, presidente del que es el museo más visitado del mundo, adujo además que las redes “hablan de una visión demasiado brutal” que sería “mal interpreta­da por el público tradiciona­l del jardín “.

Pero Bernard Blistène, director del Museo Nacional de Arte Moderno del Centro Pompidou y voz tal vez más autorizada que las redes, califica esa pareja de 12 metros en pleno acto de “magnífica utopía creada para un espacio público”. Por eso finalmente fue acogida en el atrio del propio Pompidou.

Los historiado­res fechan el arte moderno de 1850 a 1945, y el contemporá­neo desde entonces. Pero las rupturas, del pop al street art, son tan profundas y las épocas, tan diferentes, que es difícil hallar una definición común. Por eso se impone la del dinero. Desde siempre, el artista depende del encargo; público, religioso y privado. El símbolo: la cena de Amigos del Museo de Arte Moderno, el miércoles, con sus 120 mesas a mil euros el cubierto. En una de ellas estará la alcaldesa socialista de París. Lógico: la ciudad acoge instalacio­nes de la FIAC en espacios peatonales y jardines.

A sus dos museos de arte moderno y sus satélites públicos, París añade, además, fundacione­s potentes y nuevas. La Vuitton, ya. Y en el 2018, Pinault (arquitectu­ra de Tadao Ando), Lafayette (en el distrito de Marais, a cargo de Rem Koolhaas) y Agnès B. en un barrio popular. Las galerías internacio­nales colonizan suburbios: Thadeus Ropac tiene sucursal loft en Pantin; Gagosian en Le Bourget. Y si el arte contemporá­neo es “locomotora de las subastas”, París acoge actualment­e a tres subastador­es punteros: Christie’s, Sotheby’s y Artcurial.

Según Ehrmann, tras dos años de repliegue, el mercado –que crece un 1.400% desde el 2000– fue relanzado “por ventas como la del coleccioni­sta japonés que pagó 94 millones de euros por una tela de Jean-Michel Basquiat”. Más aún: “En el 2000, el mundo contaba 120 representa­ntes del street art con cotización pública; hoy son 18.000. Y un par de sus estrellas, Keith Haring y Banksy, figuran entre los diez artistas más cotizados del mundo”.

Coincidenc­ia: el miércoles se estrenó en Francia el filme Palma de Oro de Cannes 2017, The Square, irónica visión del arte contemporá­neo: ambigua etiqueta que sin embargo atrae franceses : el 49% de los encuestado­s en septiembre pasado aseguraron haber visitado ya exposicion­es de arte contemporá­neo.

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THIBAULT CAMUS / AP La provocador­a escultura Domestikat­or, en el atrio del Pompidou

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