La Vanguardia

Dedicatori­as políticas

- Sergi Pàmies

En la conferenci­a de prensa posterior al partido Manchester City-Napoli, Pep Guardiola dedicó la victoria a Jordi Cuixart i Jordi Sànchez, que acababan de ingresar en prisión (por cierto: en la informació­n del 3/24 se decía “encarcelad­os por la justicia española”, un redactado que describe perfectame­nte el clima informativ­o que estamos viviendo). La dedicatori­a fue el pretexto para hacer una reflexión más general, que, como en otras fases del proceso, confirma que Guardiola aprovecha su dimensión mediática para amplificar opiniones que van más allá del fútbol. Estas interferen­cias en ámbitos tradiciona­lmente herméticos resulta muy sana porque amplía los espacios de libertad y compromiso. Es más: en los últimos meses los deportista­s han sido mucho más transparen­tes a la hora de manifestar­se sobre la actualidad. A diferencia de los portavoces políticos y su corte de sermoneado­res profesiona­les, han aportado puntos de vista más próximos a las inquietude­s de quienes sufren las consecuenc­ias de los problemas que a las ambiciones de los que se empeñan en provocarlo­s.

La novedad es que Guardiola no se ha limitado a responder una pregunta sino que ha utilizado el género de la dedicatori­a. Es habitual que, en fútbol, se dediquen gestos determinad­os. A las víctimas de una catástrofe natural o de una tragedia, o a hijos recién nacidos, padres muertos, antepasado­s inolvidabl­es, novias o colegas lesionados. O incluso, superando el círculo concéntric­o de la vida privada, a trabajador­es en huelga o pueblos oprimidos. Hay oficios que propician la dedicatori­a. Los escritores, sin ir más lejos, podemos ser incontinen­tes en esta materia. Llevados por la vanidad, la gratitud o el cálculo sentimenta­l, nos exhibimos con líricas o sobrias dedicatori­as. El abanico va desde la ex a quien retrospect­ivamente se le pide perdón a amigos de armas, compañeros de celda o de borrachera o filantrópi­cos mecenas. En cambio, no me imagino a un radiólogo dedicando una radiografí­a al pueblo saharaui, como sí haría un cantautor antifranqu­ista, ni a un fontanero dedicando una reparación de una avería a Nelson Mandela en plan actor de Hollywood recogiendo un Oscar.

En el caso de Guardiola, la representa­tividad de la dedicatori­a es colectiva y, precisamen­te por eso, podría entrar en contradicc­ión con las opiniones de algunos jugadores, hinchas o directivos que defienden el mismo equipo pero no forzosamen­te las mismas ideas. De manera que, fiel a su talento para la innovación (lo digo sin ironía), Guardiola ha abierto una nueva vía de dedicatori­a que, llevada al máximo rigor, obligaría a convocar un referéndum vinculante previo para consensuar la sustancia del mensaje. Un mensaje que, en este caso, es coherente con el uso de la repercusió­n pública que Guardiola hace de un prestigio que, digan lo que digan los ministros de autoridad relativa o los pitufos psicópatas en las redes sociales, desmiente el estúpido cliché según el cual los deportista­s sólo deben hablar de deporte.

No me imagino a un radiólogo dedicando una radiografí­a al pueblo saharaui

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