El lujo de la tradicion
Estamos en “la comarca de las mil masías” .El Solsonès, en el Prepirineo catalán, cuenta con muchas hectáreas de prados, bosques y tierras de cultivo en torno a los 800 metros de altitud. Desde las carreteras se pueden ver todo tipo de masías, rodeadas de senderos y campos con balas de paja, así como aldeas y monumentos de diversas épocas –aquí yacen joyas del Románico, el Gótico, el Barroco y hasta del Modernismo–. Es en este enclave histórico donde
Martí Angrill Vilana y Gemma Ribera decidieron abrir un hotel con lujos contemporáneos, pero respetando las tradiciones. Lo hicieron convirtiendo una de las masías más antiguas de Lladurs –un pueblo de Lleida de 200 habitantes– en un hospedaje de trece habitaciones. “Vivíamos muy cerca de aquí, y cuando la masía se puso en venta, pensamos que sería fantástico hacer un hotel. Y lo hemos conseguido”, nos comenta Martí con una gran sonrisa. La finca ha sido restaurada y decorada por este matrimonio vital y detallista, cuyas familias se dedican a la agricultura y la ganadería durante generaciones. Un espacio de confort y tradición en un edificio del siglo XI.
RESPETO AL PASADO
Pese a tener un diseño rabiosamente contemporáneo, La Vella Farga rinde tributo a su pasado con numerosos detalles. El edificio conserva la arquitectura de piedra y los suelos de madera de la antigua masía, y también se han utilizado vigas antiguas para elaborar algunos muebles artesanalmente.
En el edificio central, los candelabros antiguos y las velas decoran las mesas con estilo y distinción, mientras que la colección de soperas y
juegos de café antiguos, expuestos en un vajillero centenario, nos muestra una de las aficiones más curiosas del matrimonio. Además, encontramos piezas de anticuario y
muebles restaurados –entre ellos, un armario de 1784 o una bañera de mármol de 1900–.
Por otro lado, los nombres que se utilizan en el hotel son muy importantes. El del establecimiento, que se traduce por “vieja forja”, hace referencia al oficio de fundir hierro de los primeros moradores de la finca, que elaboraban utensilios con este material. De hecho, vemos muchos elementos decorativos de herrería y adaptados al diseño actual.
Además, las habitaciones no se numeran sino que se distinguen por el nombre. El Bisbe, Els Pares, La Tieta, El Mossèn, El Mosso, L’Hereu, La Pubilla... hacen referencia a la gente que vivía hace años en la finca. Y algunos muebles pertenecían a la familia propietaria del hotel, como el armario de nogal de la habitación La Tieta. El guiño al presente lo encontramos en las habitaciones Gisela y
Martí, ambas con románticas chimeneas, que llevan el nombre de los hijos de los propietarios.
BUSCANDO LA ESENCIA
La Vella Farga deja clara la filosofía del hotel: “Esto es relax, bienestar y amor”. Y es que este alojamiento defiende que el lujo es encontrarse con aquello esencial. Para ello, miman cada uno de los sentidos de los visitantes. Por lo que se refiere al olfato, el aroma de flores y plantas como el boj, el romero, los agapantos y los rosales llena de suaves aromas todo el recinto. Para cuidar el tacto, nos proponen dormir en camas king size, envueltos en unas impresionantes sábanas
de algodón egipcio, o bien dejarnos cuidar con los productos de L’Occitane. Para el oído, el consejo del hotel es el silencio, solamente interrumpido por los suaves sonidos de los pájaros.Y, para la vista, la ubicación en medio de la naturaleza –y una hipnotizante piscina
infinity– nos recuerda que la calma es un derecho esencial. Eso sí: si hay un sentido que prime por encima de los otros, ese es el gusto. La gastronomía es una seña de indentidad del hotel, y también una puerta para que otros visitantes, aunque no se hospeden aquí, puedan conocerla.
ESPACIO GASTRONÓMICO
La idea es tan simple como deliciosa: cocina de autor con ingredientes de proximidad y una carta que se adapta al producto de temporada. El menú de mercado del chef Carles Esquerrer incluye propuestas como la pasta fresca salteada con pesto, jabugo y salsa espumada de mozzarella, la ternera cocinada a baja temperatura o el morro de bacalao con tirabeques salteados. Mención aparte merecen los postres, elaboraciones sofisticadas, delicadas y pictóricas a cargo de la pastelera Mireia Solé, como la muy recomendable espuma de yogur con frutos rojos o la manzana caramelizada con helado de crema catalana. También es posible elegir la Carta de Autor –con platos que se quedan en la memoria, como el canelón relleno de pollo de corral o el chuletón de black angus de Cardona– o el Itinerario Gastronómico, que es un menú con aperitivo y nueve platos.
Para maridar, la extensa carta de
vinos nos sorprende con un formato revista que el comensal puede llevarse a casa, donde aparecen recomendaciones según la comida, la compañía o el estado de ánimo que tengamos. También recomienda un vino según la habitación del hotel –para La Pubilla, un Ekam Essència 2014, por “sensual y goloso”; para Els Padrins, un La Lama 2011 por “diferente e impactante”–.
Y para los que duerman en el hotel, hay que recordar que los desayunos son otro de los puntos fuertes del mismo –de nuevo, opciones artesanales y de proximidad que nos invitan a dejarnos llevar con recetas y sabores de toda la vida–. Un despertar apoteósico en un entorno natural.
EL EDIFICIO CONSERVA LA ARQUITECTURA D E PIEDRA Y LOS SUELOS D E MAD ERA D E LA ANTIGUA MASÍA D EL SIGLO XI