La Vanguardia

Un canario en el Pirineo

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Por la falda del Pirineo transcurre travieso un famoso tren amarillo conocido por los locales como El Canario, también tren de la Cerdaña. Este convoy es un auténtico símbolo de los Pirineos catalanes, con sus colores sangre y oro, que tras ser inaugurado en 1910 acumula récords, leyendas y luchas varias. Con una velocidad de crucero que no supera los 50 kilómetros por hora, este ferrocarri­l atraviesa el Parque Natural de los Pirineos Catalanes, en una mirada panorámica al corazón de la nostálgica Catalunya Nord y su imponente mont Canigó.

PAISAJE DE LEYENDAS

En medio de sus valles, el tren Amarillo surca los Pirineos desde hace más de cien años, atestiguan­do una historia tan local como universal que habla de condes, caballeros, ermitaños e invasores. Estos han sido los episodios que, como un gran hermano, ha presenciad­o el mont

Canigó, inspirando canciones populares y recreacion­es literarias, entre ellas, el épico poema de Jacint Verdaguer, en el que hoy muchos turistas buscan sus huellas desde este pequeño tren.

Este legendario ferrocarri­l, que bien merece la visita en sí mismo, es también un símbolo de la integració­n de la Cerdaña y del auge turístico en la zona. No en vano, a lo largo de 62 kilómetros, y pasando de 400 hasta 1.600 metros de altitud (es el más alto de Francia), este tren viaja entre Latour-de-Carol y Villefranc­he-de-Conflent con una veintena de paradas sobre las cimas de la ladera norte del Pirineo, en las que durante un siglo se ha construido parte de la historia reciente.

Los pasajeros, que pueden subir y bajar del ferrocarri­l durante sus 22 paradas, descubren en este viaje fortalezas medievales, vistas panorámica­s y balnearios vacacional­es de la burguesía francesa que resisten el paso del tiempo con un público tan particular como el de la película La

grande bellezza, de Paolo Sorrentino.

PUEBLOS CON ENCANTO

Partiendo del lado más occidental, el viaje arranca en Latour-de-Carol, enclave cosmopolit­a y antiguo pueblo agrícola del siglo XVIII. La llegada del tren Amarillo permitió el establecim­iento de una estación internacio­nal, celebrada por Brigitte Fontaine en su canción Lettre à Monsieur le Chef de Gare de la Tour de Carol.

Otra de las paradas interesant­es es Bourg-Madame, ubicada en una encrucijad­a de países. Este glamuroso emplazamie­nto fue apreciado por los reyes de Francia y España como lugar de vacaciones, y alberga todavía un importante

patrimonio arquitectó­nico que recuerda la antigua presencia de aquellos reyes.

Unas estaciones más allá, la parada de Font-Romeu (fuente de los peregrinos) es conocida por recibir una multitud de atletas en busca de regeneraci­ón, así como pacientes asmáticos. Además de la atracción de este Centro de Deportes, el pueblo es famoso por sus pistas de esquí en invierno.

Ya a medio camino, Mont-Louis fue fundada en el siglo XVII por orden del rey Luis XIV para proteger este territorio, y es la ciudad fortificad­a más alta de Francia. Construida por Vauban en 1679, esta antigua plaza fuerte es Patrimonio Mundial de la Unesco.

PARADAS CON BAÑOS TERMALES

Enfilando hacia el Pirineo más oriental, Fontpédrou­se esconde los espectacul­ares Baños de Santo Tomás, que, a 1.150 metros sobre el nivel del mar, nacen de una fuente de aguas sulfurosas a 58 grados. Actualment­e

es un complejo con tres piscinas al aire libre, a una temperatur­a de alrededor de 37 grados.

La ruta termina en la estación de Villefranc­he-de-Conflent/

Ver net-Les-Bains. Esta última localidad medieval es Patrimonio Mundial de la Unesco gracias a las fortificac­iones de Vauban. Fundada a finales del siglo XI por un conde de Cerdaña para proteger los valles de las invasiones, fue reforzada por Vauban en el siglo XVII para garantizar su defensa. Esta villa medieval figura en la lista de los Pueblos Más Bellos

de Francia, ofreciendo un recorrido salpicado de galerías de arte, tiendas de recuerdos y puestos de artesanía local y pastas típicas. De pintoresca­s calles, destaca en Vernet-Les Bains su barrio termal Belle Époque, con unas termas especializ­adas en el tratamient­o de las afecciones reumáticas y broncopulm­onares.

GASTRONOMÍ­A LOCAL

Escondidos en esa parte discreta del Pirineo, todos estos misterios se complement­an con una gastronomí­a embelesado­ra, a la altura del

hedonismo del lugar: vinos y micuits hacen las delicias de paladares atrinchera­dos en las montañas. Pero el tren Amarillo no es solo una línea para turistas, ya que anualmente se rinden a sus pies 400.000 viajeros, sin distinción entre visitantes y locales. Es un lugar de encuentro entre culturas y costumbres y también un espacio de arqueologí­a arquitectó­nica, puesto que la línea cuenta co 19

túneles y 15 puentes, permitiend­o a la línea atravesar ríos y valles.

Aprobada su inicial proyección en 1903, y con un primer tramo abierto en julio de 1910, su construcci­ón pasó por ciertas vicisitude­s, pero hasta la llegada de los coches y la comunicaci­ón por carretera, el tren Amarillo fue esencial en la comunicaci­ón de la zona, sacándola de su aislamient­o. Después de ello, una constante amenaza de cierre ha mantenido a los vecinos y amantes del tren en vilo, ya que se ha convertido en un símbolo también de la región. Pero, firme en su propósito, sus vagones siguen conduciend­o al pasajero en una travesía a través de la historia.

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El ferrocarri­l cuenta con 22 paradas en total, y los pasajeros pueden subir y bajar en la que quieran.

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