Alentejo, la belleza dormida
Al sur de Portugal, en una amplísima superficie entre el río Tajo y el Algarve, duerme en toda su extensión la región del Alentejo, celosa de sus encantos, desconocidos aún para el gran público. Paisajes, villas medievales, viñedos perdidos en el horizonte, castillos, senderismo y muchas actividades acuáticas en sus más de doscientos kilómetros de
costa atlántica reciben al visitante con la paz de un anciano consciente de su veteranía: con una cultura que data de tiempos megalíticos, en el siglo IV a. C., esta región ha bailado las danzas de la historia manteniendo al máximo su originalidad y tradición, gracias en parte a su situación en los confines de la península ibérica. La preservación de este encanto ha llegado con premio, pues la región se posiciona como uno de los nuevos destinos top 10 entre prestigiosas guías de viajes. Sus maravillas persisten ocultas al gran ojo turístico que todo lo ve, con una oferta capaz de colmar las expectativas de un amplio abanico de viajeros.
PLAYAS SALVAJES
Quienes buscan sol y playa sin las masificaciones del otro lado de la península, encuentran en el Alentejo un paisaje de arenales, playas salvajes, marismas, acantilados retorcidos y cordones de dunas, una naturaleza cincelada al antojo de los elementos que permite al visitante
realizar actividades tan variadas como la observación de delfines y deportes com el surf, windsurf,
kitesurf, piragüismo, kayak, buceo, vela y pesca. Los recorridos en
bicicleta y en autocaravana también son una alternativa llena de atractivo, así como los paseos en globo, que ofrecen una bella fotografía del recorte de la costa.
Encaramado al océano y colindante al vecino Algarve, el Parque Natural
Alentejano es un conjunto de escarpados acantilados moldeados por los vientos y erosionados por el mar en un festín de bellas tonalidades a los ojos de los numerosos zoólogos que visitan la zona cada año. Miles de cigüeñas anidan en sus cumbres sin dar importancia a las numerosas calas encajonadas entre rocas y acantilados a sus pies, y casi como un Robinson Crusoe, el turista que se toma el tiempo de llegar a ellas las encuentra en estado salvaje.
Culminando con glamur la zona costera, la praia da Comporta se ha convertido en un lugar donde se citan celebrities nacionales e internacionales, que han hecho de la paradisíaca y protegida zona su segundo hogar. Exclusividad y playas salvajes están apuntalando este nombre hacia una fama quizá sin vuelta atrás. Quédese con el nombre, que muchos ya asocian al del paraíso ecochic de la jet set europea. No obstante, la virginidad de la región es tal que se corona con el estuario do Sado, con más de veintitrés mil hectáreas, en las que viven pacíficamente millares de especies naturales y vegetales y desde donde se pueden avistar delfines.
VILLAS DE OTRA ÉPOCA
Abandonando la salinidad atlántica, en pleno corazón del Alentejo se esconden joyas como Moura, que transporta al visitante a otra época. Su situación a los pies del embalse de Alqueva, el mayor lago artificial de Europa, cuenta con la belleza del paisaje típicamente alentejano que lo rodea, compuesto por millares de olivos, alcornoques y encinas, además de un notable patrimonio de las poblaciones fortificadas que la defendieron a lo largo de siglos y siglos debido a su situación fronteriza, que se pueden divisar desde helicópteros y avionetas, pero también a caballo, en carruaje y en todoterreno.
Más al norte, Évora atesora un panorama de patrimonio monumental de primera línea, ya que es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, lo que la convierte en una parada obligatoria. Su patrimonio arquitectónico y artístico guía los pasos de quienes caminan sin rumbo: de Roma al Neoclásico, pasando por el Gótico y las diferentes expresiones del Manuelino, el Renacimiento y
el Barroco, ya que todas las épocas de la historia están documentadas en sus calles, que, sin embargo, logran tener un brillo contemporáneo. Esta vitalidad en la zona arranca de los siglos XV y XVIII, cuando Portugal vivió tiempos de gran prosperidad y acumuló una riqueza sin precedentes, fruto del comercio de especias, oro y piedras preciosas, que tuvo su principal fuente en la India y Brasil. El Alentejo fue en esa época, varias veces, residencia de reyes, lo que salpicó la zona de casas nobles, palacios, iglesias y conventos.
NATURALEZA EXUBERANTE
Sin embargo, una vez más, la naturaleza se impone como uno de los mayores valores de la región, con zonas como el Parque Natural de
la Sierra de São Mamede, donde la naturaleza se expresa de una forma especialmente exuberante, y en el que destacan imponentes cuarcitas en la sierra, proponiendo un paisaje de extrañas esculturas ornamentado con castaños, robles, alcornoques y encinas, además de viñas cultivadas en las suaves laderas que bordean las riberas.
Igualmente, en la región puede divisarse un Tajo que nada tiene que ver con el que desemboca en el estuario de Lisboa: por ejemplo, el
pequeño pueblo de Nisa esconde paisajes inesperados de la cuenca de este río. También el Parque Natural do Vale do Guadiana, con unas setenta mil hectáreas, acapara valles encajados en el río y sus afluentes, elevaciones cuarcíticas y una exten-
sa y agreste planicie donde crecen plantas de secano y dehesas de encinas. En las zonas con más declive de las sierras, apenas sin intervención humana, se expresa en su plenitud la inhóspita belleza del sur. El lugar es un punto privilegiado para descubrir
las memorias del Guadiana, que, a partir de la presa de Pedrógão, sigue corriendo libremente hacia el mar. Si bien son todos los que están, no están todos los que son, pero el Alentejo sigue durmiendo, a la espera de que un turismo respetuoso desgrane su belleza a través de una mirada sensible.