Libros que nos invitan a viajar
Hay muchas maneras de viajar, y una de ellas es a través de los libros. Algunos de los mejores
escritores de la literatura universal han viajado y han contado sus experiencias, unas veces a través de la ficción, otras en forma de ensayo, correspondencia o artículos periodísticos. Las razones del viaje y, en muchos casos, de largas estancias que acabaron convirtiéndose en definitivas son variadas, desde la salud, como en el caso de Robert Louis Stevenson, hasta la búsqueda de inspiración, como le ocurrió a Henry James y a tantos otros con Italia. Todos estos títulos nos invitan a imaginar el viaje y a vivirlo desde el sofá, pero también nos enseñan cómo aprender algo nuevo de cada escapada. Libros, en fin, que nos incitan a pensar en la siguiente gran aventura.
DE LA POLINESIA A LONDRES
Recuperamos algunos de estos títulos, que nos ofrecen no solo un viaje en el espacio, sino también
en el tiempo. Es el caso Stevenson, que, aquejado de una tuberculosis que acabó con su vida, en 1888 tomó rumbo a las islas del Pacífico Sur buscando un lugar propicio para su quebrantada salud. Junto a su esposa y su hijastro recorrió durante dieciocho meses las Marquesas, las Poamotú, Hawai, las Gilbert y Samoa para asentarse finalmente en
la isla Upolu, donde moriría al cabo de cuatro años. De ese periplo nos queda el maravilloso volumen En
los Mares del Sur, un canto a la vida y a la belleza salvaje de estas tierras. En las primeras páginas del libro, Stevenson escribe: “La primera experiencia nunca puede repetirse. El
primer amor, la primera salida del sol, la primera isla de los Mares del Sur son memorias aparte, e influyen en un sentimiento virgen”.
Si regresamos a Europa, tenemos el caso del francés Paul Morand (1888-1976), autor de una treintena de libros de viajes, que muestra su visión particular de Londres, una ciudad que amó y a la que llegó por primera vez en 1903. En su volumen Londres, Morand nos propone un viaje a través de la historia de la ciudad desde los conquist adores normandos y nos invita a entrar en los pubs y clubes frecuentados por la diplomacia insular –él mismo fue agregado en la embajada londinense–. Morand, que vivió en Londres en diferentes momentos del siglo XX, nos describe una ciudad “esculpida en la niebla, como si se tratara de una materia dura y donde la noche y el día colaboran para crear los más dulces colores”.
PRENDADOS DE ITALIA
La ciudad de Venecia también ha encandilado a escritores de la talla de Henry James. Este llegó como turista al Hotel Barbesi con 26 años y se marchó 40 años más tarde.
Cartas desde Venecia nos presenta el itinerario vital, estético y emocional del neoyorquino en la ciudad de los canales. Para él, “Venecia es en verdad la Venecia de los sueños, aunque perdura extrañamente como una Venecia de ensueño más que como cualquier realidad apreciable. La mente se agita con una sensación constante de la excepcionalidad de la ciudad: no se la puede reconciliar con el común de la civilización”.
Otro gran escritor quedó prendado de Italia: Johann W. Goethe.
Viaje a Italia es una de sus grandes obras autobiográficas junto a Poesía
y verdad. El autor de Fausto llegó a Italia en 1786 y viajó por el país durante un año y medio, tiempo en el que escribió una serie de notas que, reelaboradas, conforman este volumen, que no se publicó hasta 40 años después. Goethe describe lugares, gentes y costumbres de los pueblos que visita, mientras se empapa de los paisajes italianos.
Roma es quizá la ciudad que más le cautiva. De ella escribe: “Cuando percibes una existencia con una antigüedad de más de dos mil años, transformada de formas tan diversas y de modo tan radical, y, no obstante, continúas pisando el mismo suelo, contemplando la misma colina, incluso a menudo la misma columna y la misma muralla que hace tanto tiempo, y cuando descubres
en el pueblo vestigios del antiguo carácter, te conviertes en testigo de las grandes decisiones del destino”.
CONFLICTOS E HISTORIA
Otra de las ciudades europeas que han inspirado grandes libros ha sido Berlín. En ella vivió y trabajó
Joseph Roth. Crónicas berlinesas nos habla del Berlín de los años 20 y hasta la victoria del nazismo en 1933. Las reflexiones de Roth sobre la ciudad y su mirada hacia algunos de sus lugares más conocidos, como la columna de la Victoria y la Alexanderplatz, siguen siendo válidas, y nos muestran viejos secretos que podrían pasar desapercibidos en un viaje relámpago de fin de semana. De hecho, a Roth no le gustaba Berlín, y su relación con la ciudad era estrictamente profesional. Llegó el verano de 1920 para trabajar como periodista en el periódico
Neue Berliner Zeitung –aunque también publicó sus artículos en otros diarios y revistas literarias– y tuvo que marchar en 1933. Ese año escribió en Cahiers Juifs de Paris un párrafo visionario: “El mundo amenazado y aterrorizado debe darse cuenta de que la intrusión del cabo Hitler en la civilización europea no significa solamente el principio de un nuevo capítulo en el terreno del antisemitismo. ¡No! Lo que dicen los incendiarios es cierto, pero en otro sentido; este Tercer Reich es el comienzo de la destrucción”.
Y de Berlín viajamos a Israel, exactamente a Jerusalén, con Saul
Bellow. El Premio Nobel estuvo en la ciudad varios meses a finales de 1975, y fruto de la visita escribió el volumen Jerusalén, ida y vuelta.
Se trata de un retrato muy personal de la ciudad que es a la vez una magnífica galería de personajes: el primer ministro Rabin, el arzobispo armenio, una viejo barbero, un profesor agnóstico, el director de un periódico árabe… Bellow ya había estado en Jerusalén, como corresponsal de Newsday en la guerra de los Seis Días, en el año 1967, y casi una década después regresó para explorar la belleza de la ciudad y reflexionar sobre su pasado y su futuro, y respirar “el aire, el solo aire, alimenta los pensamientos en Jerusalén, los propios Sabios lo decían. Estoy dispuesto a creerlo”.