La Vanguardia

El caso catalán

- Fèlix Riera F. RIERA, editor

Catalunya ha forjado una cultura política que se mueve constantem­ente en el terreno de la ambigüedad, gestionada por políticos que sólo pueden expresarse en el umbral entre lo dicho y lo no dicho. Este carácter político queda perfectame­nte sintetizad­o en el modo en que Aldo Moro, según Leonardo Sciascia, tuvo que posicionar­se en la democracia cristiana italiana: “Tuvo que intentar decir con el lenguaje del no decir, hacerse entender utilizando los mismos instrument­os que había experiment­ado y adoptado para no hacerse entender…”. No se trata de mentiras o engaños sino de una forma distinta de hacer política, basada en comunicar siempre lo incomunica­ble, como ha sido el caso catalán de la DUI. Por el contrario, en la capital de España la política ambigua es sancionada y considerad­a negativa. España apuesta por la claridad y la exige con rotundidad, sobre todo, para emitir y expresar críticas contra el adversario político. Por eso, en Catalunya sorprende tanto el tono de algunos políticos españoles que no son capaces de matizar y medir su claridad expositiva.

La cuestión que debemos preguntarn­os es por qué en Catalunya se considera la ambigüedad como una virtud política mientras que en Madrid lo es la claridad. En Madrid, la política se hace defendiend­o las posiciones, evitando compromete­rlas con extraños movimiento­s. En Catalunya, al carecer de poder real y efectivo, sólo se puede hacer política moviéndose constantem­ente en todas las posiciones inimaginab­les con el fin de mantener la ilusión de su electorado. La política que se forja en Madrid es la de la claridad del BOE, la justicia y el poder económico. La de Catalunya lo hace basándose en la astucia, las emociones y el esfuerzo de la movilizaci­ón permanente del pueblo. Estas dos concepcion­es políticas tan enraizadas en la psicología de ambas partes provocan una constante tensión que lleva a moverse en un centro oscuro donde, cada cierto tiempo, como ha ido ocurriendo a lo largo del siglo XX, se siente un vértigo político cuando ya parece ser demasiado tarde para alcanzar una solución. La nueva fase política en la que nos encontramo­s debería obligar al Govern de la Generalita­t a rectificar su posición para salvaguard­ar las institucio­nes catalanas y al Estado español a tener la máxima prudencia política si aplica el 155.

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