Mujeres al mando
La valiente decisión de la alcaldesa Colau de no reducir Barcelona a un engranaje más de la maquinaria independentista; y las dificultades de la canciller Merkel en la nueva legislatura de Alemania.
PDECat y ERC ofrecieron formalmente ayer un “acuerdo de país” a Ada Colau, alcaldesa de Barcelona y líder de la formación BComú. Dicho acuerdo tenía como primer objetivo romper la alianza de gobierno municipal de esta formación con el PSC, establecida hace año y medio. El argumento de los dos partidos independentistas, expuesto en un artículo que publicó La Vanguardia ,no está relacionado con la gestión municipal: se basa en la supuesta condición del PSC de “cómplice de la represión” y de “la violencia desencadenada por el Estado” el 1-O, o de la aplicación, todavía en trámite, del artículo 155 de la Constitución que llevaría a la suspensión de facto de la autonomía.
La propuesta de Xavier Trias y Alfred Bosch, líderes municipales del PDECat y ERC, llega en un momento de agitación política. Este fin de semana, si así lo decide el Senado y Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat, no lo evita, Catalunya puede ser una comunidad intervenida por el Estado. Ignoramos si una convocatoria de elecciones decidida por Puigdemont bastaría para frenar la aplicación del 155. O si, además, sería necesario que el president aclarara, al fin, si proclamó o no la independencia, y si devolverá las instituciones catalanas a la legalidad. Es en este río revuelto que PDECat y ERC echaron su anzuelo a la alcaldesa.
La respuesta de los comunes fue ayer negativa. “No es momento de poner fronteras, sino de hacer un frente amplio de rechazo al 155”, declaró la tercera teniente de alcalde del Ayuntamiento, Laia Ortiz. Creemos que este rechazo es, en lo esencial, acertado. En los últimos cinco años, el eje del debate nacional se ha impuesto sobre el eje del debate social, con los resultados de todos conocidos. Catalunya es hoy un país asomado al abismo, a un paso de liquidar cuarenta años de autogobierno sin parangón. Sólo por ese motivo, y tras valorar los efectos indeseados del proceso sobre la cohesión de la sociedad catalana y sobre su economía, está claro que ese eje no debe primar en el Ayuntamiento sobre el de la gestión de Barcelona, que es la capital y el motor de la comunidad. Lo es siempre. Y más ahora, después de que la aventura soberanista haya debilitado la Generalitat y emborronado la imagen exterior de Catalunya, que en pocos días de turbulencias sociales y económicas ha perdido mucho brillo. En esta coyuntura, Barcelona debe aportar un plus de estabilidad y liderazgo.
La alcaldesa Colau suele tratar de conservar todos los apoyos posibles, a veces poniéndose de perfil en algunos debates, a veces queriendo contentar a tirios y troyanos, cosa difícil en el día a día e imposible a medio o largo plazo. Por ello aplaudimos ahora su clara decisión de no reducir Barcelona a un engranaje más de la maquinaria independentista. Y no porque Barcelona deba callarse ante los excesos de unos y otros –los comunes ofrecieron ayer al PDECat y ERC “un frente común amplio de rechazo al 155”–, sino porque la primera responsabilidad contraída por Colau fue de servicio a todos los barceloneses. Objetivos no le faltan, empezando por la negociación y aprobación de los presupuestos del 2018. A esa negociación la oposición debe acudir también con más voluntad de servicio al ciudadano que de obstruir la acción del gobierno municipal si este no atiende sus exigencias. La mayoría de los barceloneses no entendería, ni apreciaría, que sus concejales independentistas, a los que eligieron para optimizar la gestión municipal, decidieran entorpecerla.