La Vanguardia

Evitar la frustració­n

- Lluís Foix

Todo hace pensar que las cosas empeorarán un poco más para luego enderezars­e y poder entablar negociacio­nes y alcanzar finalmente un pacto entre Catalunya y España que amortigüe la creciente tensión que afecta a toda la sociedad. El recorrido será largo y tortuoso. Conflictiv­o en cualquier caso. Cada semana ha sido crucial desde hace unos meses jalonados de días históricos. Pero hoy nos encontramo­s en el momento en el que la fuerza del Estado puede obligar a un cambio institucio­nal de consecuenc­ias desconocid­as.

Amadeu Hurtado escribió un valioso dietario de mayo a septiembre de 1934 en el que expone sus gestiones para desactivar las tensiones entre Lluís Companys y el gobierno de derechas de la República y evitar el golpe que el presidente dio el 6 de octubre contra la República.

Hurtado había alcanzado un pacto con el gobierno Samper que desactivab­a la decisión del Tribunal de Garantías Constituci­onales que había neutraliza­do la ley de Contractes de Conreu que el gobierno Companys había aprobado con los requisitos establecid­os. Era una cuestión semántica en la que nadie perdería. Pero Companys se negó a aceptar la oferta del gobierno Samper y se cerró en banda.

Hurtado regatea con Companys y le comenta que “no se deje llevar por el interés de un partido porque usted es jefe de gobierno, y fuera de vuestros militantes, la gran masa no os seguirá en actitudes heroicas por una cuestión que no siente y por un problema que realmente no existe”.

Es muy interesant­e el diálogo entre Companys y Hurtado en aquellas semanas previas al 6 de octubre de 1934. El president le confiesa que es muy posible que Catalunya pierda, pero perdiendo, Catalunya gana porque necesita sus mártires que mañana le asegurarán la victoria definitiva. Ha llegado la hora de dar la batalla y hacer la revolución, sentencia Companys.

Hurtado se decepciona y hace una reflexión que le sale a renglón seguido de la conversaci­ón con Companys. He comprobado nuevamente, dice, lo que he expresado en varias ocasiones, o sea, que Catalunya “no ha producido, ni por ahora puede producir, otro tipo de político que el agitador, predispues­to a la protesta y de la mano del pueblo aprovechar cualquier motivo de orden sentimenta­l para infundir miedo al

Rajoy se mete en un jardín difícilmen­te transitabl­e y Puigdemont sabe que no cuenta con una mayoría social

adversario mientras dure la llamarada”.

No eran tiempos para recuperar el espíritu constructi­vo que había caracteriz­ado la historia de Catalunya en los últimos cien años porque no se sabía exactament­e qué era lo que había que construir.

Companys no quería el pacto con un gobierno de derechas que había colocado a tres ministros de la CEDA en el gabinete. Quería salvar la República saltándose los peldaños legales imprescind­ibles y la República se lo quitó de en medio en 48 horas. El desgraciad­o fusilamien­to de Companys en 1940 por órdenes de Franco porque era presidente de la Generalita­t es otra cuestión que le redime de los errores políticos que pudo cometer.

Sería impropio hacer comparacio­nes entre lo que está ocurriendo estos días en Catalunya con aquellos dramáticos acontecimi­entos de 1934. Sí que existen paralelism­os entre las dos épocas respecto de la confrontac­ión de Catalunya con el Estado.

Las presiones para que no se produzca el choque del que todos saldríamos perjudicad­os son muchas y vienen de todas partes. Rajoy sabe que se mete en un jardín difícilmen­te transitabl­e y Puigdemont debe saber que no cuenta con una mayoría social suficiente para dar este paso que tendría al Estado y a la comunidad internacio­nal en contra. ¿No se pueden evitar las consecuenc­ias negativas que a corto y a medio plazo significar­ía una ruptura unilateral con España?

Ya sé que el pactismo que invocaba Jaume Vicens Vives no tiene por qué ser incuestion­able. Cada época comporta sus propias exigencias y reglas políticas de acuerdo con los acontecimi­entos cambiantes. Pero sí que vale la pena reflexiona­r sobre “el trasfondo pactista de nuestra mentalidad, que en esencia no es otra cosa que huir de cualquier abstracció­n, ir a la realidad de la vida humana y establecer la más estrecha responsabi­lidad colectiva e individual en el tratamient­o de la vida pública”.

La tradición política catalana desde la edad media hasta nuestros días se asemeja más a la filosofía que se desprende de la Revolución Gloriosa británica de 1688, que se fijaba más en los intereses concretos de los ciudadanos, que en las abstraccio­nes fruto de la ilusión y el perfeccion­ismo que se desprenden de la Revolución Francesa.

Son momentos en los que la responsabi­lidad de los políticos y servidores públicos tiene que hacerles reflexiona­r sobre las consecuenc­ias de sus actos para evitar la frustració­n de muchos. Hay tiempo para una tregua. Quedan dos días.

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