Brillante y sensible
Vespres de la Beata Vergine
Intérpretes: Collegium Vocale Gent
Dirección: Philippe Herreweghe Lugar y fecha: Palau 100. Palau de la Música Catalana (23/X/2017) Siempre es buena ocasión la de celebrar a Monteverdi, nacido en 1567 en Cremona, que fue donde editó en 1610 el Vespro della Beata Vergine, obra magna en la que encontramos, por lo pronto en la parte instrumental de la obertura, reminiscencias claras del reciente Orfeo y además la constante que domina su obra, la voluntad de novedad, armonía y belleza. Una idea de la armonía que dominó esa sociedad del humanismo, que une fe y razón, una de las potencias que llevaron a Occidente a ser lo que es (aunque, a la vista de nuestros días, quizá “lo que fue”).
No vamos mal en este 450 aniversario de Monteverdi. Semanas atrás Jordi Savall presentó en L’Auditori una muy buena versión de esta obra, y el domingo en las Misas Polifónicas –qué mejor que su contexto litúrgico– escuchamos Messa a quattro voci de la Selva morale e spirituale, obra tardía y plena, en cuidada versión de Mireia Barrera.
Ahora el Palau –a sala llena y felizmente con mucho público del Liceu– aplaudió con entusiasmo casi operístico (ovación al joven tenor Van Mechelen, entre otros) esta propuesta del maestro Philippe Herreweghe basada en una lectura elocuente de la partitura, plena de contrastes y matices, y con un excelente grupo de solistas vocales e instrumentales y coro. Versión sugerente, al punto de que son muchas las notas recogidas, que estimulan la reflexión. Apuntadas en un programa de mano que dedica seis páginas a currículo y poco más de unas notas de fondo y que –errata sin duda– sitúa la obra en 1768…
En términos musicales, Herreweghe cuidó mucho la instrumentación con un cuarteto de violas de gamba, dos tiorbas, órgano, estupendos trombones y no menos dúos de cornettos y de violines, que trabajaron el difícil ámbito ornamental, y también la magnificencia de la obertura y momentos del Magnificat con elocuencia y sensibilidad. Esto fue una de las marcas de la versión, el brillo, la contundencia rítmica (que junto al coro subrayó la armonía en el comienzo), el trabajo de contrastes tan bien diseñado en la partitura, dignificado con el trabajo de la Schola Gregoriana (parte del coro) dirigida por la –a la vez muy buena soprano– Kabátkova, que, al igual que su colega Mields, hicieron exquisitos dúos.
Eficaces altos y en el otro extremo dos bajos que subrayar en estilo. No se buscó especialmente el tratamiento espacial como en la versión de Savall, pero tanto Duo Seraphim, Nisi Dominus como Audi Caelum (con el tenor Boden) resultaron exultantes. Un coro además con cuidadas voces que asumieron la pureza de pasajes muy delicados.