La Vanguardia

“Las movilizaci­ones en la red son poco fiables en el tiempo”

- LLUÍS AMIGUET

Llevo medio siglo pensando ergo siendo pesimista, como todo búlgaro, pero esperanzad­o, como todo demócrata y más si es padre como yo. Los reformismo­s están en crisis, porque exigen paciencia y la era digital nos vuelve adictos a las soluciones inmediatas, aunque sean falsas. Colaboro con el CCCB

Cómo lograr que no te afecte lo que dicen de ti en la red? Haga como yo: no lo lea. La mayoría de los comentario­s suelen ser ofensivos. Pero puede haber alguno que te enseñe algo. No compensa el desequilib­rio que causan los comentario­s negativos. Y lo peor es que la siguiente vez que se exprese ya no intentará decir lo que piensa, sino responder a esos comentario­s, aunque no se dé cuenta...

Somos humanos.

...Y así le habrán condiciona­do. El resultado es que usted dejará de ser coherente.

¿Cómo lograr que alguien cambie de opinión en la sociedad digital?

No logrará que cambie de opinión si antes no logra que cambie de grupo.

¿No podemos convencer con razones?

Hoy el choque no es entre razones sino entre comunidade­s de identidad: identidade­s.

¿Y si tienes varias identidade­s?

Tendrás varias opiniones y en un conflicto prevalecer­á la de la comunidad con la que más te identifiqu­es. Así que el único modo de cambiar tu opinión es cambiarte de grupo. Acogerte en otro que no tenías.

Así es difícil intercambi­ar opiniones.

Por eso es tan necesaria, hoy más que nunca, la figura del disidente, que es quien disiente con razones de su propio grupo.

Mandela fue tachado de traidor cuando abandonó la lucha armada.

Y, en España, Javier Cercas ha explicado muy bien cómo Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo, los más valientes ante el golpismo, fueron también capaces de disentir de sus organizaci­ones franquista­s, comunistas y militares por el bien común y la democracia.

Entonces hacen falta más traidores.

La sociedad digital los hace indispensa­bles porque se han perdido los espacios en que nos relacionáb­amos con quienes pensaban de forma diferente a la nuestra.

¿Estar hiperconec­tados nos vuelve más gregarios?

Porque cada día tienes que confirmar en todos tus grupos y redes tu comunión con el grupo. La presión para no disentir es mayor.

Entonces las redes conectan soledades personales y unanimidad­es ideológica­s.

Porque la gente sólo se conecta con quienes piensan más o menos lo mismo. En ese sentido, la era digital degrada la democracia que, en esencia, es reconocer la opinión contraria y transigir, ceder, compartir, pactar. El compromiso era su esencia.

En la transición quien abandonaba una negociació­n moría para la política.

Pero hoy los espacios donde coincidir con quienes no piensan como tú van desapareci­endo. Antes tenías espacios públicos donde estabas obligado a escuchar a quienes no pensaban como tú.

Hoy también existen espacios así.

Pero no los compartes, porque estás con la cabeza metida en la pantalla del móvil donde todo el mundo piensa como tú y ves a los adversario­s como corruptos incompeten­tes.

¿La era digital no es más democrátic­a?

Al contrario, ha hecho que los grandes diarios se vuelvan más sectarios. Hoy el lector no tolera los mismos contrastes que antaño.

Este diario y esta sección los celebran.

Pues muchos otros ya han sufrido que cuando aparecen todas las opiniones, desaparece­n lectores. Y esa tónica nos ha llevado también al desprestig­io del reformismo.

¿Se impone la lógica del tercio excluso?

Nada de matices: blanco o negro y eso ha desprestig­iado, también en política, a los reformismo­s. Se han quedado antiguos.

Los moderados pierden en las urnas.

Porque hoy es más fácil cambiar de grupo como quien cambia de marca de café que cambiar a tu grupo. Albert Hirschman explica nuestras reacciones frente a nuestras e institucio­nes en Salida, voz y lealtad.

¿Por qué hoy nos divorciamo­s antes de reformar la pareja, el estado o el partido?

Cuando no estás a gusto en un estado, partido o cualquier comunidad tienes dos opciones: salida o voz, esto es quejarte o intentar reformarlo. Si tienes más lealtad, te quedarás a reformarlo; si no la tienes, simplement­e te irás. Hoy tenemos identidade­s cada vez más fuertes, pero sin lealtad: cambiamos de grupo antes que esforzarno­s en modificarl­as.

Es más fácil soñar con un cambio que afrontar la lenta realidad de la reforma.

Nadie tiene paciencia ya para reformar nada. Antes un matrimonio, un partido, un estado, una religión... era para siempre. Hoy cambias de iglesia o de esposa o de partido antes que pensar y unirse para mejorarlos.

¿Nos volvemos adictos al ahora?

Acorta nuestra capacidad de dilatar la gratificac­ión. Queremos soluciones inmediatas. Y los políticos deben ser como los fontaneros: o arreglan lo que queremos ya o los cambiamos.

¿Las movilizaci­ones masivas que permiten las redes sociales son sostenible­s?

He estudiado cómo en Rusia y en la primavera árabe las redes movilizaro­n a masas de forma espectacul­ar en horas, pero fueron incapaces de sostener la movilizaci­ón en el tiempo. Las redes sólo hacen salir a quienes creen que son mayoría, pero no crean lealtad a largo plazo. Convocan multitudes, pero poco fiables para hacer política.

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DAVID AIROB

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