¿Dónde está Junqueras?
Al día siguiente del referéndum del 1-O empezó el éxodo de empresas de Catalunya a otros lugares de España. Hoy, las compañías más importantes de Catalunya ya están deslocalizadas. Siguen saliendo empresas día a día, ahora pequeñas y medianas compañías industriales. Y Junqueras ausente. No sabe, no contesta.
Durante los últimos años, el Govern, y especialmente el vicepresidente Junqueras, ha protagonizado un relato de optimismo asegurando que con la república nuestra economía sería la envidia mundial. Que los bancos internacionales se instalarían entusiasmados en Catalunya, que seríamos la Dinamarca del Mediterráneo, que los pensionistas cobrarían más… y podría seguir enumerando las bienaventuranzas prometidas.
Pero la realidad es muy dura, y la economía no admite milongas, sino realidades. Tras el referéndum y el compromiso del Govern de cumplir el “mandato inequívoco del pueblo” hemos chocado con otra realidad, la de verdad, no la de la milonga. Y ahora qué, se pregunta mucha gente. Y Junqueras desaparecido, el Parlament cerrado, y como siempre, la culpa es del Gobierno de España, que presiona a las empreses a que salgan de Catalunya.
¿Dónde está Junqueras? Sí, aquel que con su proverbial locuacidad nos había prometido el cielo de la república catalana con una economía de ensueño. Los ciudadanos merecemos una explicación, que se dé la cara, que se acuda al Parlament a explicar qué está pasando. Que no se nos trate como tontos.
Más allá de los errores del Gobierno –podríamos enumerar muchos– el Govern no puede seguir arremetiendo contra la supuesta baja calidad de la democracia española, de calificar al Gobierno de dictatorial y represivo mientras tenemos el Parlament cerrado, a la oposición enviada prácticamente a la clandestinidad y dando capacidad de decisión a entidades a las que nadie ha votado, como la AMI u Òmnium. El único que puede evitar la aplicación del artículo 155 es Puigdemont, y si no lo hace, Catalunya entrará en la dimensión desconocida. Pero antes, Junqueras debe salir del escondite y dar la cara.
La situación está al límite. Quedan pocos días para tomar una decisión que evite el enorme daño que la aplicación del 155 haría a nuestras instituciones, que podría ser irreparable. Convocar elecciones no es ni humillante ni un fracaso. Es la salida más digna a tan crítica situación. Es democracia.