El último adiós al rey de reyes
Cientos de miles de personas vestidas totalmente de negro invadieron ayer el centro histórico de Bangkok para dar su último adiós al rey Bhumibol Adulyadej, fallecido el 13 de octubre del 2016. Un luto riguroso que contrastaba con la vistosidad de los colores rojo, amarillo, blanco y azafrán en los trajes de los militares y monjes que participaron en la ceremonia de cremación del monarca. Unos ritos religiosos que culminaron a las diez de la noche con su incineración en una pira funeraria presidida por una torre de madera de 53 metros de altura que simbolizaba el mítico monte Meru, la residencia de los dioses según la tradición brahmánica y budista. Fue el acto central de unos funerales que se iniciaron el miércoles y que finalizarán el domingo, cuando las cenizas se depositen en dos templos de la capital.
“Este es mi último adiós”, dijo a Reuters entre sollozos Pimsupak Suthin, un tailandés de 42 años que había viajado desde la norteña ciudad de Nan, a 670 kilómetros de Bangkok, sólo para poder despedirse de Bhumibol. Un monarca reverenciado y considerado un semidiós por los tailandeses, al que atribuyen la estabilidad y desarrollo de un país en el que reinó durante siete décadas, lo que le convirtió en el soberano más longevo del planeta.
Y como Pimsupak, miles de tailandeses, que se alineaban ayer en las calles cercanas al Gran Palacio de Bangkok, habían pasado allí la noche para disponer de un lugar estratégico durante el paso de la procesión fúnebre, marcada por tambores, música de flauta y un saludo de artillería, según las imágenes de la televisión local.
“Jamás había visto una ceremonia tan espectacular en mi vida”, dijo Sripipha Dowsuk, una tailandesa de 60 años, al ver desfilar el cortejo funerario desde el Palacio Real hasta la pira funeraria. Una distancia de tres kilómetros que la procesión, en la que participaron más de 4.000 soldados, con sus uniformes de gala, así como monjes budistas y sacerdotes hindúes, tardaron varias horas en recorrer.
Miles de tailandeses vestidos de negro riguroso observaban en silencio el paso del cortejo, integrado por un palanquín y dos carrozas, una de las cuales transportaba la urna real, y se arrodillaban a su paso.
Los restos de Bhumibol, sin embargo, no iban en esa urna, que sólo contenía una placa honorífica, ya que decidió en su día que fueran depositados en un féretro y trasladados al monumento funerario la noche anterior, como parte de un antiguo ritual, denominado “el robo del cuerpo real”.
La ceremonia concluyó con la incineración de los restos del soberano en un crematorio eléctrico situado en la torre principal de un monumento funerario cerca del Palacio Real, que ha tardado diez meses en construirse y que se estima que ha costado 76 millones de euros. Una obra que, además de la torre de 53 metros de altura, que simboliza el mítico monte Meru, consta de otras ocho torres, pabellones y unas 500 figuras, deidades, animales mitológicos y las estatuas de los dos perros favoritos de Bhumibol, fallecido a la edad de 88 años.
Su hijo, el rey Vajiralongkorn, fue el encargado de encender el fuego de la pira funeraria en un acto que contó con la presencia de representantes de 42 países, entre las que se hallaba la reina Sofía de España.