La Vanguardia

Aún sigue la negociació­n

- Ignacio Escolar

El acuerdo pudo haber llegado este jueves y habría sido mejor. Estuvo cerca y no se cerró por dos motivos: porque Puigdemont no se fía de Rajoy y porque Rajoy se fía aún menos de Puigdemont. El presidente de la Generalita­t quería garantías de que convocar elecciones realmente serviría para evitar la aplicación del 155. Por ahora no las consiguió, más allá de un vago compromiso de buena voluntad. Puigdemont se podría haber encontrado con la peor situación: retratarse a ojos de una parte de los suyos como un histórico traidor y que ni siquiera así se parase la intervenci­ón de la autonomía. Puigdemont proponía un acuerdo. Rajoy pedía una claudicaci­ón y luego prometía generosida­d.

¿Significa que todo está roto? ¿Es inevitable la intervenci­ón de la autonomía y la DUI? Aún no. Y al menos este jueves ha quedado claro algo: que el president está buscando una salida desde la responsabi­lidad, que evite una declaració­n de independen­cia unilateral e irrealizab­le, que evite también la suspensión del autogobier­no y el caos institucio­nal. Esquivar el choque de trenes y ejercer, por primera vez en mucho tiempo, como el president de todos los catalanes. Una salida que, hasta hace unos días, se supone que era también la deseada por el Gobierno de Mariano Rajoy.

Para Carles Puigdemont, convocar esas elecciones o siquiera admitir que estaba dispuesto a hacerlo es tanto como reconocer una evidencia dolorosa para sus votantes: que la independen­cia no es viable hoy y que declararla sólo llevaría a una situación aún peor. Durante las horas en las que la convocator­ia electoral estuvo sobre la mesa, la reacción en la calle, en las redes sociales y en la coalición del Govern demuestra hasta qué punto dar ese paso fragmentar­ía tanto su partido como su imagen pública como el movimiento independen­tista en su totalidad. Aunque aún no haya convocado elecciones, que las haya planteado públicamen­te sólo puede interpreta­rse como una buena señal. Puigdemont ya ha recorrido la parte más dura en el camino hacia un acuerdo. Sólo falta la pista de aterrizaje. La duda es si el PP la quiere despejar.

Desde el Gobierno y el PP, las versiones son contradict­orias. Algunos portavoces aseguran que ya no es posible el acuerdo,

El president buscaba ayer una salida que evitara una DUI, la suspensión del autogobier­no y el caos institucio­nal

que el 155 es imparable, que da igual lo que haga Puigdemont, que mejor se preocupe por su futuro penal. Otras voces, más sensatas, afirman que aún es posible evitar el peor final, y señalan a la negociació­n con el PSOE de esa enmienda que serviría para aprobar un 155 que se suspenderí­a si hay convocator­ia electoral.

A favor de que haya un acuerdo juega especialme­nte un factor: llevamos varias semanas de ultimátums cruzados y aún no ha llegado ni el 155 ni la DUI, lo que demuestra que hay pocas ganas en ambos gobiernos de cruzar ese Rubicón. En contra, que el tiempo se acaba. También la calle: la presión independen­tista sobre Puigdemont y la presión españolist­a, el “a por ellos”, que es mayoritari­o entre los votantes del PP, de Cs y de una gran parte del PSOE. ¿Va a permitir Mariano Rajoy una salida a esta crisis que no pase por la humillació­n?

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