Horas de infarto
De todo, menos aburrido. No hay duda de que el proceso catalán ha entrado en su fase más intensa y sorprendente, con movimientos eróticofestivos que van del orgasmo a la marcha atrás, y vueltas a la alegría.
Vivimos en un Dragon Khan de nervios, emociones, enfados, alegrías y el resto de sinónimos sandungueros. Y si no fuera porque nos estamos jugando mucho todos (y todos es todos), este artículo podría mantenerse en el tono jocoso, no en vano el humor es un escape eficaz de la realidad.
Pero no será posible. El momento es trascendente y muy delicado. Y en este punto, a la espera de acontecimientos en ambas cámaras del puente aéreo, me parece pertinente poner en valor lo que ayer intentó el president Puigdemont. Con una previa: la reflexión no parte de las ideas propias, ni del análisis de las ajenas, porque cada cual tendrá su opinión sobre el intento de convocar elecciones para poder frenar el desastre del 155. No, es una reflexión sobre la voluntad que lo movió y la valentía que demostró. Puedo asegurar, porque me consta, que la preocupación que tenía el president a la hora de valorar la opción electoral no eran sus riesgos personales si avanzaba en la independencia,
El PP confunde la tregua con el miedo y la negociación con la debilidad: la política sobre el caballo
ni ningún atisbo de debilidad en la ruta, a pesar de que era probable que el PP y adosados lo valoraran de esa guisa porque siempre confunden la tregua con el miedo y la negociación con la debilidad. Es lo que tiene la política cuando se hace desde arriba del caballo.
Al contrario, Puigdemont demuestra una insólita determinación en sus postulados y una resiliente capacidad para sobrevivir a las tempestades, de manera que no se trataba de él y de su posición, sino del análisis de los riesgos para el global del país. Y debía intentarlo.
Debía intentar agotar cualquier vía que impidiera el atropello a las instituciones catalanas y al conjunto de la sociedad, y si para ello era necesario servir su cabeza en la bandeja, estaba dispuesto a hacerlo, siempre que fuera un sacrificio eficaz para evitar el desastre. Sólo hacía falta que “el otro lado” hiciera un gesto en la misma dirección, con la voluntad de distender la presión. Fue al contrario: interpretaron el gesto como una flojera del president, atisbaron la victoria militar a la que aspiran y no cogieron el guante de la distensión. Quizás porque siempre soñaron con este momento de atropello a Catalunya.
Si nadie lo remedia, pues, el choque está servido, y no será bueno para ninguno de los lados, porque lo de la independencia, sin el aval internacional, es muy complicado para Catalunya, pero lo de intentar arrasar las instituciones catalanas va a ser imposible para España. En cualquier caso, en estos días en los que vivimos peligrosamente, cabe valorar la voluntad de un president que antepuso la preocupación por su país a su gloria personal. Sólo necesitaba que en el otro lado también hubiera un estadista.