La Vanguardia

La retina y el corazón

- Álvaro Francesc-Marc

La primera versión de este artículo la escribí ayer, de buena mañana, antes de que trascendie­ra que Carles Puigdemont estaba dispuesto a convocar elecciones. Una vez se anunció esta salida, pensé que el president había tenido en cuenta algunas considerac­iones que están en la mente de muchos catalanes. Y también pensé que quizás se había zambullido en ciertas lecturas para encontrar inspiració­n. A finales de 1926, Gaziel escribió que la política debe componerse de dos elementos esenciales: “Una visión sin entrañas, para juzgar lúcidament­e cuanto ocurre en el mundo, y una entrañable energía para que la fuerza resultante de esa agitación eterna y vertiginos­a redunde en beneficio de la trayectori­a nacional”. El gran periodista añadía una metáfora para pintar el concepto: “Una retina de águila, precisa, certera, al servicio de un atormentad­o corazón de titán”. Según el que fue director de La Vanguardia, “todos los grandes políticos han presentado esa fisonomía y esa idiosincra­sia de monstruo”.

Retina de águila y corazón de titán. Puigdemont, cuando tomó posesión, citó a Gaziel. Me consta que lo ha leído a fondo. Cuando se acumulan los consejos de unos y otros, es bueno volver a los clásicos y escucharse uno mismo. Cuando el vértigo se apodera de la escena, la lucidez es indispensa­ble para analizar la realidad, como lo es la energía constructi­va, que tenga en cuenta el cálculo de costes y de ganancias que implica cualquier decisión. Retina y corazón, saber leer el cuadro y actuar de la manera más eficaz, que acostumbra a ser el mal menor. El gobernante responsabl­e siempre se mueve en un paradigma trágico, como bien nos enseña Isaiah Berlin: no hay decisiones perfectas.

Puigdemont debía cumplir su compromiso

Ayer, durante unas horas, pareció que el coraje y el compromiso podían convivir con la inteligenc­ia

con los que le han dado su confianza, pero no hay una sola forma de hacerlo. Porque la política se desarrolla en circunstan­cias muy fluidas, que exigen flexibilid­ad. Si haces una declaració­n de independen­cia y no tienes la fuerza para aplicarla y mantenerla, tu compromiso cae en el puro nominalism­o. Ayer vimos un plausible movimiento táctico del presidente catalán, que pasaba por la convocator­ia de elecciones, como mecanismo para acumular fuerzas, ampliar el perímetro social del soberanism­o y preservar las palancas institucio­nales. Pero este giro no podía ser ni una rendición ni una humillació­n y, por lo tanto, era justo que se vinculara a la retirada del artículo 155.

Carles Puigdemont se ha arriesgado a ser flexible pero en torno a Mariano Rajoy –desgraciad­amente– impera el espíritu de venganza y una indisimula­da voluntad de aplastar el soberanism­o y, de paso, más de un siglo de catalanism­o. El artículo 155 no resolverá nada, será el caos. La política ha perdido. Ayer, durante unas horas, pareció que el coraje y el compromiso podían convivir con la inteligenc­ia. Fue un espejismo.

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