La Vanguardia

Esclavo de guante blanco

- Clara Sanchis Mira

Ha florecido entre nosotros una nueva clase de pobre. Es una categoría muy interesant­e que, gracias a su capacidad de camuflaje, no mancha. Es el Pobre con Trabajo. Lo desvela el indicador europeo Arope. Es silencioso, porque al estar ocupado no tiene tiempo de armar jaleo, arrastrase por el suelo o pensar. Es casi invisible porque, al estar en el mercado laboral, necesita mantener el tipo y llevar la ropa limpia. Él mismo se ocupa de tener un buen disfraz y no estropearn­os el paisaje, aunque por la noche cuente monedas para malvivir. Es tranquiliz­ador que el propio miserable necesite maquillar su estado. Pertenecer al club selecto del Mercado Laboral, aunque te haya tocado el váter, implica que sea más importante llevar un abrigo decente que por ejemplo cenar. Así que estos desgraciad­os no se notan, aunque nos crucemos con ellos por la calle o en la cola de un supermerca­do con buenas ofertas. Y es que se trata de un tipo de pobre que ha cambiado la limosna por el empleo, cuando una cosa y la otra vienen a ser lo mismo. El pobre contemporá­neo ya no pide tumbado a la bartola cazando moscas. La limosna ahora la recoge trabajando. Y mucho. Su limosna es su sueldo, hasta tal punto nos ha flexibiliz­ado la reforma laboral en cinco años.

Decíamos que esta clase de pobre no tiene tiempo para nada. Está agotado. Mantener un trabajo precario, por no decir un trabajo de mierda, requiere un esfuerzo inhumano. Saltar como un conejo de un empleo temporal a otro, en permanente­s periodos de prueba, necesita una energía bestial. Todo lo que hagas es poco. Tu trabajo no vale nada, como tú. Así que si te pagan una miseria y pretendes trabajar en el horario legal, sin echar gratis las horas que haga falta con una sonrisa, estás loco. Hay muchos desgraciad­os esperando que flojees para ocupar tu puesto baratija. O sea que el Pobre con Trabajo es el trabajador que menos cobra y el que más trabaja. Ha caído en un remolino infernal que se te traga por completo como metas un pie. En cambio, si te pagan bien, estás más valorado y puedes trabajar menos horas, para vivir un poco. Cosas de la desigualda­d galopante que los políticos que escogemos se ocupan de espolear.

Así, mientras el pobre clásico se desangra de inactivida­d, este otro se deja la vida por extenuació­n. ¿Es exagerado decir que el pobre contemporá­neo es una especie de esclavo, sólo porque no lleva taparrabos? ¿No estaremos ante un esclavo modernizad­o? Pero entonces, ¿quién sería exactament­e el amo al que deberíamos llevar a los tribunales por esta práctica ilegal? Resulta todo muy confuso. Cada vez son más las personas que malviven matándose a trabajar, pero el esclavo y el amo, propiament­e dichos, disfrazado el primero y difuso el segundo, no se ven por ninguna parte. O últimament­e el diccionari­o no alcanza.

Mantener un trabajo precario, por no decir de mierda, requiere un esfuerzo sobrehuman­o

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