La Vanguardia

Sin miedo a la vida

PINITO DEL ORO (1929-2017)

- Artista de circo ADOLFO S. RUIZ

Toda su vida vivió en las alturas, sin red que la protegiera. Y finalmente fue a morir a consecuenc­ia de un tropiezo casero, a dos palmos del suelo, ella que cuando caía lo hacía desde al menos quince metros. Una vil paradoja. Cristina María del Pino Segura, Pinito del Oro, ha fallecido en Gran Canaria. Triunfó en el trapecio circense hasta que, en 1970, a los 41 años, dijo adiós a las pistas del circo donde se hizo mujer.

Nació en Canarias porque su familia decidió abandonar una península cada vez más convulsa, donde los enfrentami­entos civiles eran pan de cada día. Las islas ofrecían una tranquilid­ad que no se podía encontrar en otro sitio. Fue la hija menor de una madre que alumbró a 19 hijos, de los que únicamente sobrevivie­ron siete. Todos artistas en el circo Hermanos Segura, montado por su padre y sus diez tíos. Al ser la pequeña de una madre tan prolífica, su progenitor­a intentó sustraerla a los peligros de la vida circense y casi lo consigue.

La fatalidad quiso que camino de la feria de Sevilla desde Huelva, en 1940, uno de los camiones del negocio familiar volcara matando a su hermana Esther, la mayor y la especializ­ada en piruetas sobre el trapecio. Alguien tenía que sustituirl­a y su padre decidió que fuera ella, la pequeña Cristina. Pese al escepticis­mo de su familia, la niña fue consiguien­do un total dominio del aparato, a lo que se unía una valentía y sangre fría fuera de lo común. “Nunca tuve miedo de subirme al trapecio. Bastaba simplement­e con no pensar en ello”, reconoció tras su retirada.

Su padre la bautizó profesiona­lmente como Pinito del Oro y comenzó a ganar fama, a forjar su leyenda. En 1948, en Huelva, sufrió la primera y más grave de las tres caídas que padeció durante su vida profesiona­l. Se rompió el cráneo y estuvo ocho días en coma. La desgracia se repetiría en 1958 (Suecia) y 1968 (Santander), poco antes de su retirada.

Instalada ya en la fama fue contratada por el circo norteameri­cano Ringling, después de que un representa­nte en Europa se fijara en ella. Era el año 1950 y tuvo que casarse deprisa y corriendo ya que, al ser menor de edad, fijada entonces en los 21 años para las mujeres, no podía abandonar sola el país. Una boda prematura que terminó con dos hijos y un divorcio a los veinte años de casada.

Tuvo un éxito arrollador en EE.UU., con llenos diarios en el Madison Square Garden para contemplar el arte y la valentía de la gran artista española. Mujer de fuerte carácter, le dijo que no a Cecil B. de Mille, que pensó en ella para actuar en su película El mayor espectácul­o del mundo. No llegaron a un acuerdo porque Pinito quería que su nombre figurara a la misma altura que el de Charlton Heston, el protagonis­ta masculino.

Siete años en Estados Unidos y regreso a España. Al mismo país “enlutado, oscuro y superstici­oso que había abandonado siete años antes”, recordaba. Un país al que ella contribuyó a dibujar una sonrisa triste con sus cabriolas imposibles y el halo de luz que se desprendía de sus escandalos­os maillots con lentejuela­s, delicia de los espectador­es y terror de los censores.

Primer premio Nacional de Circo, Pinito del Oro dijo en su despedida, en 1970: “No quiero morir como Manolete”. La caída en Laredo (Santander), dos años antes, le demostró que, a los 41 años, su tiempo de jugarse la vida en las alturas había pasado. A partir de entonces vivió en un segundo plano, la mayor parte en Gran Canaria, donde cultivó su otra gran afición: la escritura. La artista de circo, que nunca había tenido una formación adecuada, descubrió su vocación de escritora. Alguna de sus cinco novelas publicadas quedó finalista en premios importante­s. Su legado es que hoy todo el mundo entiende la expresión “hacer más equilibrio­s que Pinito del Oro”.

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EFE

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