Mark Lockyer lleva al Lliure su viaje al infierno bipolar
El actor británico narra con humor su caída en la locura
Un descenso a los infiernos del trastorno bipolar. Y un resurgimiento de ellos por todo lo alto. Tanto, que el actor británico Mark Lockyer puede ahora contar sobre las tablas teatrales su delirante historia y hacer reír al público en Living with the lights on, un monólogo con el que Lockyer aterriza en el Lliure de Gràcia hasta el domingo. Un monólogo en el que recorre su caída en la locura, su paso de reputado actor a vivir en la calle, el alcoholismo y a cometer delitos que le llevaron a la cárcel y a un periplo por instituciones mentales. Luego, un camino de recuperación en el que lo más importante, señala, no fueron la medicación o las terapias, sino una decisión que suena al ser o no ser de Hamlet.
“Un día tuve que decidir: ¿quieres vivir o morir? Y podía morir de dos maneras: con un suicidio rápido o morir espiritualmente en instituciones mentales. O podía intentar poner un pie tras otro y volver a tener una cita con una mujer, hacer el amor, tener dinero en el banco, un trabajo y una carrera. Y estoy aquí. Debería estar muerto. No soy especial. Sólo tenía el don de la comunicación. Y quería vivir. Mi recuperación fue desde dentro, llevó años de trabajo interior”, dice Lockyer, que explica el inicio de su caída.
“Un día me llamaron de la Royal Shakespeare Company para hacer de Mercutio en Romeo y Julieta. El no va más para un joven actor. Pero desde que empecé los ensayos algo fue mal. Tenía un comportamiento errático. El director me dijo que llevaba ocho versiones de Mercutio, que me quedara con una. Empecé a creer que era el mejor actor de Shakespeare que mi país había visto. Y me comportaba como tal”, ríe. “Empecé a beber, mi higiene se desvaneció, la gente me evitaba. Hasta que un día en la función le quité sin razón el saxo a un músico, fui al borde del escenario y pretendí tocar un solo. No sabía por qué, lo hice. En perspectiva, tenía una aguda crisis bipolar, cambios de humor radicales, estaba básicamente loco”, sonríe. “Puedo reír hoy, pero mi vida se derrumbaba. El doctor no podía dar una razón, el trastorno bipolar era de diagnóstico difícil. Los dos años siguientes lo perdí todo. Trabajo, casa, relaciones... acabé en la calle. Y en prisión me hicieron el diagnóstico y comenzó el viaje para mejorar, de seis años”.
“Cuento la historia porque da esperanza a mucha gente. Además soy actor, amo contar una buena historia. Y esta hace reír. Incluso yo me río. Es una historia de esperanza, una celebración de la vida”, señala. Hoy, señala, tiene una buena vida, y “la lucha no es la enfermedad, es el estigma. Por mucho que se diga que es sano hablar del tema es mentira, porque por detrás el juicio real es tan duro hoy como hace 15 años”.