Banderas, gritos y pancartas
La situación política general y la de Catalunya en particular vuelven a poner de actualidad el asunto de las banderas, las pancartas y los gritos que pueden permitirse en instalaciones deportivas. Tras un día tan agitado como el de ayer –que alguien comparó con un final de Liga, con todos pendientes de Tenerife– no sé si aún se puede apelar al sentido común. Pero habrá que conseguir que se imponga un mínimo de sensatez. El mejor partido no es el que se celebra a puerta cerrada. De entrada, no todo puede ir al mismo saco. Hay que ponderar situaciones. La tendencia restrictiva acabaría por imponer el silencio en los estadios, y no sería razonable.
Algunos hechos recientes permiten empezar a manejar ejemplos prácticos. El expediente abierto al Reus porque en su partido contra el Osasuna del pasado 23 de septiembre se colocó una gran senyera en la grada y luego se oyeron gritos de “independencia” carece de sentido. El Comité de Competición debería tener ya sentada doctrina sobre este tipo de episodios, amparados a todas luces por el derecho a la libertad de expresión.
Otra cosa es que durante el partido hubiera cánticos de “Qué puta es España”. Eso ya no tiene nada que ver con derecho fundamental alguno. No conozco ninguna declaración de derechos humanos que defienda un supuesto derecho al insulto. El Reus, su directiva y sus aficionados deberían ser los primeros en lamentar que una parte del público secunde este tipo de actuaciones. Y deberían impedir que se repitan. Mientras tanto, si se acredita que en dicho encuentro se produjo un episodio de este tipo, la entidad tendrá que pechar con las posibles consecuencias.
Alguien comparó el día de ayer con un final de Liga, con todo el mundo pendiente de lo que pasara en Tenerife
Hay que tener en cuenta que los insultos son, muchas veces, la antesala de la violencia. En otro tipo de escalas, el derecho a la libertad de expresión debería, a su vez, ejercerse con cierta mesura y prudencia. Hay muchas formas de pronunciarse a favor de la independencia, incluso con el artículo 155 de la Constitución en vigor y aplicándose. Y no han sido pocas las veces que en el Camp Nou he oído a aficionados tratar de amortiguar los gritos a favor de la independencia con otros a favor de no mezclar el deporte con la política. No se trata de reprimir, sino de convivir.
En el reciente partido del Barça con el Atlético de Madrid conocí en el metro que me llevaba al magnífico estadio Metropolitano a una socia veterana de los rojiblancos con una pancarta que rezaba “Fuera la política del deporte”. Me dijo que la llevaba porque se esperaba un mar de banderas españolas en el campo para recibir al Barça. Y añadió: “Yo llevo mi pancarta porque no quiero que las banderas se usen contra nadie”. La felicité. Mi interlocutora sabía que la libertad de expresión puede ejercerse sin agredir ni menospreciar a quienes no compartan nuestras ideas.