¿Principio del final?
Finalmente, parece que las aguas retornan, lentamente, a su cauce. Al menos las que se controlan desde el cuartel general del BCE, en Frankfurt, que ayer adoptó algunos acuerdos más que relevantes. ¿Qué decidieron los banqueros centrales de la eurozona?
Primero, a partir de enero del 2018 comienza a desandarse el camino seguido por la política monetaria desde el 2015. Las compras de activos, de 80.000 millones de euros mensuales en el 2016 y 60.000 millones en el 2017, se reducirán a 30.000 millones a partir de enero y sólo hasta septiembre. Con esta señal, Mario Draghi apunta que la extraordinaria expansión monetaria, iniciada en la primavera del 2015, debería finalizar, si ningún choque exterior lo impide, a finales del 2018. Al final, el BCE habrá adquirido unos 2,4 billones de euros, básicamente deuda pública de países de la eurozona, en exacta proporción al peso de su capital en la institución monetaria central.
Segundo, compromiso de mantener la reinversión de los bonos adquiridos a medida que éstos se amorticen, unas compras que, para el 2018 y el 2019, alcanzarían los 100.000 millones y los 130.000 millones de euros, respectivamente. Y ello, además, por un largo período temporal una vez las compras hayan finalizado. Esta decisión, aparentemente técnica, no es menor: al mantener el stock total de deuda en su balance, el BCE evita los problemas que su reducción
Draghi sugiere subir tipos en el 2019; y con la deuda que acarreamos, el tiempo corre en nuestra contra
podría ocasionar en los precios de los activos adquiridos. Y, para muestra, el botón de la deuda pública española a 10 años, cuyo rendimiento está en escasamente el 1,6%, un tipo de interés sensiblemente inferior al de la deuda americana.
Tercero, no se tocan tipos de interés, y se afirma que estos estarán en los bajos niveles actuales hasta bastante más allá del momento que la expansión monetaria se haya finiquitado. Finalmente, todos estos compromisos están condicionados a que la inflación vaya acercándose a valores próximos al 2%.
Estos acuerdos suponen un compromiso entre las posiciones más laxas del sur y las más severas de Alemania y sus aliados, que desearían haber cerrado ya el programa. Argumentan su éxito: caída de la tasa de paro a valores previos a la crisis, aumento del PIB similar al de EE.UU. y crecimiento del crédito y de la demanda interna. Y, por descontado, los problemas que crea en la banca, compañías de seguros y rendimientos del ahorro, las burbujas en los precios de diversos activos y una financiación heterodoxa de los estados. Draghi, por su parte, teme el alza del euro, desea margen de maniobra para afrontar futuras crisis y quiere mantener controlados los riesgos políticos que Catalunya genera en España y los derivados de las elecciones italianas.
Sumergidos en el torbellino de la crisis política española, parecería que el resto de Europa no se mueve. Pero vayan con cuidado: Draghi sugiere aumentos de tipos en el 2019. Y, con la deuda que acarreamos (privada y pública), el tiempo corre en nuestra contra. No vayamos a olvidarlo.