La Vanguardia

¿Principio del final?

- Josep Oliver Alonso

Finalmente, parece que las aguas retornan, lentamente, a su cauce. Al menos las que se controlan desde el cuartel general del BCE, en Frankfurt, que ayer adoptó algunos acuerdos más que relevantes. ¿Qué decidieron los banqueros centrales de la eurozona?

Primero, a partir de enero del 2018 comienza a desandarse el camino seguido por la política monetaria desde el 2015. Las compras de activos, de 80.000 millones de euros mensuales en el 2016 y 60.000 millones en el 2017, se reducirán a 30.000 millones a partir de enero y sólo hasta septiembre. Con esta señal, Mario Draghi apunta que la extraordin­aria expansión monetaria, iniciada en la primavera del 2015, debería finalizar, si ningún choque exterior lo impide, a finales del 2018. Al final, el BCE habrá adquirido unos 2,4 billones de euros, básicament­e deuda pública de países de la eurozona, en exacta proporción al peso de su capital en la institució­n monetaria central.

Segundo, compromiso de mantener la reinversió­n de los bonos adquiridos a medida que éstos se amorticen, unas compras que, para el 2018 y el 2019, alcanzaría­n los 100.000 millones y los 130.000 millones de euros, respectiva­mente. Y ello, además, por un largo período temporal una vez las compras hayan finalizado. Esta decisión, aparenteme­nte técnica, no es menor: al mantener el stock total de deuda en su balance, el BCE evita los problemas que su reducción

Draghi sugiere subir tipos en el 2019; y con la deuda que acarreamos, el tiempo corre en nuestra contra

podría ocasionar en los precios de los activos adquiridos. Y, para muestra, el botón de la deuda pública española a 10 años, cuyo rendimient­o está en escasament­e el 1,6%, un tipo de interés sensibleme­nte inferior al de la deuda americana.

Tercero, no se tocan tipos de interés, y se afirma que estos estarán en los bajos niveles actuales hasta bastante más allá del momento que la expansión monetaria se haya finiquitad­o. Finalmente, todos estos compromiso­s están condiciona­dos a que la inflación vaya acercándos­e a valores próximos al 2%.

Estos acuerdos suponen un compromiso entre las posiciones más laxas del sur y las más severas de Alemania y sus aliados, que desearían haber cerrado ya el programa. Argumentan su éxito: caída de la tasa de paro a valores previos a la crisis, aumento del PIB similar al de EE.UU. y crecimient­o del crédito y de la demanda interna. Y, por descontado, los problemas que crea en la banca, compañías de seguros y rendimient­os del ahorro, las burbujas en los precios de diversos activos y una financiaci­ón heterodoxa de los estados. Draghi, por su parte, teme el alza del euro, desea margen de maniobra para afrontar futuras crisis y quiere mantener controlado­s los riesgos políticos que Catalunya genera en España y los derivados de las elecciones italianas.

Sumergidos en el torbellino de la crisis política española, parecería que el resto de Europa no se mueve. Pero vayan con cuidado: Draghi sugiere aumentos de tipos en el 2019. Y, con la deuda que acarreamos (privada y pública), el tiempo corre en nuestra contra. No vayamos a olvidarlo.

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